Capítulo 8 Desafíame o mejor aún... sedúceme.

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Lia

Siento como si durmiera en una nube de algodón. La temperatura y el aroma, es tan agradable, que lo único que deseo en estos momentos es permanecer así por dos o tres horas más y quien dice horas, dice días.

— Espera Lia María, esto es demasiado bueno para ser verdad — mi sexto sentido dispara la alarma.

Entonces la curiosidad me gana y termino abriendo los ojos.

La habitación no coincide en nada con la mía y menos con mi pequeño apartamento. El lujo que destila en cada esquina, las cabezas de animales colgadas en la pared como trofeos, y la ardiente chimenea crepita como si nada, mientras que afuera se desata una de las peores ventiscas que presenciado en mi vida.

—Esta no es mi casa y esto no es un sueño— confirmo luego de mirar una y otra vez por los alrededores, enlazando las secuencias de los sucesos ocurridos días atrás. El nuevo empleo, las chicas, mi apartamento y

—¡O Dios mío! El asalto— susurro como si todo fuera demasiado surrealista para ser verdad, pero lo es.

Las piezas caen una a una en orden y comienzan a surgirme más preguntas.

¿Dónde estoy? Necesito salir de aquí cuanto antes.

Me dirijo a la puerta, pero está cerrada con seguro. Comienzo a golpear desesperadamente la madera, pero es en vano. Trato de forzar las ventanas en busca de otra salida, pero me detengo en el acto al sentir el ruido de la cerradura ceder.

Entonces aparece en escena un sujeto extrañamente familiar, detalla cada centímetro de mi cuerpo y acto seguido entra como si fuera dueño y señor de todo lo que nos rodea.

No me quita los ojos de encima.

No emite ningún sonido.

Y no sé por qué vienen a mi mente esas escenas de documentales donde el felino rodea a la presa, y siempre sale con la panza llena.

A medida que avanza, va dejando un rastro de su propia sangre. La ropa y el arma se encuentran igual o peor que su dueño.

Por inercia retrocedo, no me gusta el olor a sangre, pero él es rápido y me acorrala contra la pared, de la misma forma que lo hizo el asaltante, solo que, a diferencia del delincuente, no me siento amenazada.

Su mano comienza a pasearse desde mi abdomen, pasando por mis pechos, dejando una huella carmesí hasta detenerse en mi mejilla, donde ejerce un poco de presión antes de iniciar un beso posesivo que me hace flaquear en más de un sentido.

— ¿Quién eres tú? — le pregunto en cuanto abandona mi boca.

La verdad es lo único que puedo hacer, ya que el arma que tiene en la mano, los músculos y el que tenga casi dos metros de altura, son tres cosas que dificultan mi fuga.

—Soy el Boss de la mafia rusa, tu dueño y...

—Perdón, pero de casualidad dijiste ¿jefe de la mafia? —ratifico y el sujeto asiente sin desviar la mirada.

No sé si debería preocuparme más por eso o por su extraño sentido de pertenencia hacia mi persona.

Y como diría la abuela de mi amiga...

¡Ay Lía María! Y ahora... ¿En qué nuevo enredo te has metido?

—En uno bien gordo— justo eso le respondería si estuviese aquí presente.

Y como dice la señora María, empecemos por el principio.

Lo detallo de pies a cabeza y la verdad es que le encuentro un inquietante parecido a...

¿En que lio me he metido? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora