Lia
La primera vez que vi palidecer a Alexander fue cuando le conté sobre el embarazo. La segunda fue cuando lo saqué del estado de estupor, confirmándole mi condición con el último test, el cual irónicamente, para mi alivio o ''sorpresa'', había dado positivo.
El tres, un número que parecía ser tan confiable, jamás imagine que sería el más engañoso. O sea, tres deseos, tres oportunidades, tres test de embarazo y fue el cuarto el que me dio positivo. ¡Menudo fiasco!
La cara de caramelito reflejaba a cabalidad toda la incertidumbre y el miedo a lo desconocido. Tanto que por un momento creí que se me iba a rajar. Y justo cuando pensé que las cosas no podían ponerse peor, pues la vida se encargó de asegurarme lo equivocada que estaba.
Modo oso sobreprotector activado. Debo admitir que no pasaba por esto desde que era una niña, y si bien mis padres y hermanos siempre estaban muy pendientes a mí, la actitud de Alexander sobrepasaba con creces a la de ellos en sus mejores tiempos. Eso y sus terribles cambios de humor. Cosa que me hacía preguntarme ¿Si soy yo la embarazada el de que se queja?
A pesar de las circunstancias, hice mi mejor esfuerzo para transmitirle a Alexander toda la seguridad y confianza que necesitábamos en esta nueva etapa de la relación. Ahora bien, aquí viene la parte buena, porque sí, yo también tenía miedo e inseguridades.
Es decir, ya había cumplido once semanas y aún no me llegaba el manual sobre como criar a un bebé. Me sentía sin rumbo y dando tumbos en lugares desconocidos, buscando algo que ni siquiera sabía que era.
Todo era diferente, demasiado nuevo y las emociones muy intensas.
Aún tengo fresco el recuerdo de la última consulta, ver a mi bebé por primera vez, sus movimientos, el sonido fuerte y constante de los latidos de su corazón. En ese momento apreté la mano de Alexander y nuestras miradas chocaron. No hicieron falta las palabras, ya que el idioma y la necesidad visceral de proteger la pequeña semilla que se estaba gestando en plena tormenta era algo arrollador.
Pero todo se fue a la mierda cuando esa doctora, con aires de chistosa quiso anotarse un punto en el juego equivocado. Su comentario estaba totalmente fuera de lugar, pero lo que más me jodía era que Alexander no la hubiera detenido. O sea, él en un ataque de celos, no se lo pensó dos veces a la hora de cambiar al médico, ¡Ah! Pero yo si tengo que aguantar el coqueteo de una rubia más falsa que una campaña electoral, pues no. Eso no me va.
Nuestra discusión se trasladó, al auto donde al final no llegamos a ningún acuerdo. Entonces llegamos a casa y terminamos la discusión de la forma más fácil, sexo.
El embarazo me traía con antojos, pero no de comida precisamente y él se aprovechó de ese punto ciego que le otorgaban mis hormonas, cada vez más necesitadas.
Me sentía totalmente incomprendida y eso me frustraba aún más. Necesitaba desahogarme con alguien, pero ya.
A las puertas de las doce semanas de embarazo y con una pancita un poco más notoria empezaba a sentirme como una mamá, una desbordada muy por encima de su capacidad.
Fue entonces cuando me deje vencer por el anhelo de dos voces que hacía mucho que no escuchaba.
—Mami— digo en un hilo de voz apenas audible.
—Lia cariño ¿Todo bien? ¿Necesitas que vaya?
Ni siquiera se lo he dicho y ya sabe que necesito abrazarla.
Así que eso significa ser una mamá, es escuchar la voz de tu hijo a kilómetros de distancia y saber que le pasa algo, me pregunto si yo también seré así.
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¿En que lio me he metido? #PGP2024
AcciónMi nombre es Liana Watson, pero todos me dicen Lia, Lia de liar y no en el sentido más caliente de la palabra, sino del liar que es sinónimo de pescar problemas de gratis. Gracias a esa fama, me convertí en toda una maestra a la hora de encontrar c...