Capítulo 14

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Lia

Una vez que se han ido los molestos efectos de la droga comienzo a detallar el espacio en el que me encuentro o mejor dicho al que me han arrojado como si fuera un saco de patatas.

Conclusión, no me gusta este lugar, es asqueroso, huele a moho y tal parece que no se limpia hace años. La gran pared que tengo al lado ostenta una grieta digna de cualquier ruina antigua.

La única fuente de iluminación es suministrada por una bombilla que está a punto de apagarse, eso sí primero no hace corto circuito con la gotera que tiene al lado. No hay ventanas, tan solo una pequeña entrada de aire y por lo que puedo deducir de estos y otros detalles, estoy en lo que parece ser un almacén abandonado a las afueras de la ciudad.

El lugar es horrible y cuando en la estación de policía, pidan mi opinión sobre las condiciones de local, les daré la peor calificación para que les retiren la licencia de secuestradores.

Porque sí, los muy hijos de sus putas madres ya hicieron una llamada no sé a quién para pedir dinero por mí.

Las últimas horas han sido tan irreales que a veces pienso que es solo una pesadilla.

Me encantaría recibir otra patada de Flavia, de esas que da cuando sueña con algunos de sus ex.

Cualquier cosa es mejor que esto, incluso el simple hecho de despertar en casa, es más suficiente.

Quiero saber que él caramelito está bien, estar en sus brazos, o al menos volver a soñar con él.

Lo último que escuché de estos idiotas es que había muerto, pero sé que no es verdad.

Algo me dice que no es verdad, puedo sentirlo.

La realidad que me golpea y no puedo evitar el suspiro de decepción que escapa de mi boca al abrir los ojos y ver el mismo paisaje igual o más deprimente.

Necesito salir de aquí. Tengo que salir y averiguar ¿Qué le paso a Alexander?

Además, dudo que estos idiotas sepan cómo tratar a una dama y más cuando está en sus días.

Porque como ya sabrán, mi suerte es igual de intuitiva, como creativa y por supuesto, para darle un toque personal, Andrés vino para rematar.

Ese simple hecho y el no tener almohadillas sanitarias es más que suficiente motivación para salir de aquí.

Estoy atada a una silla con las manos en mi espalda, justo en el medio de una habitación húmeda y poco iluminada. Mis pies también están atados y la silla está pegada al suelo con cemento.

Hago un recuento de los obstáculos inmediatos que dificultan mi huida y ascienden a tres, o quizas más. Entonces decido empezar por las cuerdas de las manos.

Lentamente, comienzo a mover mis muñecas tratando de aflojar el cordel.

Hace alrededor de una hora pedí ir al baño y fingí quedarme dormida.

Fue bastante fácil hacerles creer que todavía estoy medianamente dopada.

Al principio se quedaron dando vueltas, pero después de escuchar dos ronquidos y siendo hombres, al fin y al cabo, subieron a lo que parece ser una pequeña oficina, dejándome sola.

¡Hombres! Tan ingenuos ¿Acaso ellos pensaban que me quedaría acá sin hacer nada por el simple hecho de que estoy más tranquila?

Desde aquí puedo escuchar las risas y la fiesta, se la están pasando en grande, de eso no tengo duda.

Paso a paso, y con mucha calma, logro debilitar el nudo que sujeta mis muñecas y el alivio que obtengo al sentir como la sangre irriga mis manos es indescriptible.

El nudo continúa cediendo, puedo sentirlo, de la misma forma que siento los coágulos de sangre correr a través de mí.

Necesito irme de aquí pero ya mismo.

Justo cuando creo haberlo conseguido, un ruido desde el exterior hace que me detenga en seco.

Uno de los secuestradores entra tambaleándose en mi dirección.

Y como ya adivinaran, mi suerte sigue anotando puntos, y parece que está en racha, porque el hombre que tengo enfrente es el más viejo del grupo.

Por la forma en la que me mira, parece que ha venido a cobrar su recompensa antes que los demás, de una manera bastante particular.

El señor, el cual rondará los cincuenta, encuentra la manera de estabilizarse y acto seguido acaricia mi mejilla.

Sus ojos arden de deseo mientras me recorren el cuerpo, tan solo ese sencillo gesto me produce vértigo.

—Eres realmente hermosa— musita— no me extraña que te tuvieran tan bien resguardada.

¿Resguardada yo? ¿Será que me habrá confundido con alguien este viejo decrépito?

Sonríe ante mi silencio y ese simple acto marca el comienzo de todo.

El hombre se desabrocha la bragueta, saca su miembro y comienza a acariciarlo con la mano.

Aparto la vista de tan penosa escena, pero él me obliga a mirar cómo se da placer.

¡Ay mi suerte! La muy cabrona nunca deja de sorprenderme y es que hasta en esto se luce. La cosita de este hombre no pasó, la pubertad o se quedó estancada en ella.

El tipejo acerca a mi boca lo que yo llamaría un pollito medio desmayado y en mi estómago se arremolinan las ganas de vomitar todo lo que tengo dentro y hasta lo que no tengo también.

— ¿Es broma? — su siniestra sonrisa me dice todo lo contrario.

—Las putas están allá arriba, yo soy la gallina de los huevos de oro y no voy a chuparte nada ¿Acaso quieres que me quede sin estómago?

Me pasé ¡Madre mía! Es que su cara lo dice todo ¡Me pasé en serio!

Todo esto es culpa de mi período. Siempre que llega esta etapa del mes, el filtro entre la boca y la cabeza se desaparece por arte de magia.

—Disculpa, pero... ¿Qué culpa tengo yo de que tengas un mini pipi?

Si antes estaba hecho una furia ahora sí explotó.

¿Cómo pudiste decir semejante estupidez Lia? Ahora si no hay santo que te salve.

Un golpe seco aterriza en mi mejilla.

— ¡Perra! Ahora sabrás lo que es bueno. Te voy a follar esa boca como nunca.

Le dedico una mirada amenazadora, tal y como me enseñó papá. El enemigo jamás verá en mí un punto de quiebre.

El saber que soy alguien difícil de romper es algo que de seguro lo cabrea más, eso y que al fin alguien le haya dicho la verdad sobre su cosita.

Enojado a más no poder, el hombre enrosca sus manos en mi cabello y trata de acercar su verga a mi boca, pero yo me resisto.

—Me voy a suicidar si me haces algo viejo decrépito y entonces no vas a poder cobrar tu dinero— advierto apretando los dientes.

—Vale la pena el sacrificio.

¡Pero qué coño!

—Oye Julián— entran dos más gritando, y a él solo le da tiempo a guardar su vergüenza, unos minutos después ocurre un estallido afuera, seguido de un tiroteo.

El tipo se asusta y vuelve en sí, interiorizando que están siendo atacados.

—Date prisa, tenemos que salir de aquí, no sé cómo, pero nos descubrieron— grita el más joven antes de recibir un disparo en la frente.

El chico cae justo delante de mí, y de su herida comienza a brotar la sangre, mientras una tenebrosa sonrisa surge de los labios de su ejecutor, que acecha en la oscuridad.

Enfoco la vista y el sujeto me parece extrañamente familiar, ese es ... ¿Caramelito?

PD. definitivamente cambiare los días de publicación para viernes y sábado.


¿En que lio me he metido? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora