Lia
Ser madre se trata de improvisar. Por ejemplo, si tú hija olvidó su oso favorito en casa, improvisa con una distracción que la haga olvidar al oso, hasta que le consigas al impostor perfecto. Si a su muñeca se le rompió el vestido, improvisa con un calcetín. Y si su padre le quiere regalar un tigre porque ella lo pidió, pues improvisa con un gato.
—Eso no ser tike — señala Isabella con sus grandes ojos verdes sin dejar de examinar al minino que se tambalea en la alfombra.
Nino, el dogo argentino de mi hija y su guardián personal, se detiene a examinar al nuevo inquilino quien al ver el tamaño de semejante animal, termina erizándose, con un chillido amenazador.
—Pues claro que sí lo es cariño — le aseguro tratando que establecer una conexión entre ella y el pequeño gatito rayado, antes que a Nino se le ocurra devorarlo.
Aunque por lo que veo la decepción es mutua.
Por supuesto que no era un tigre, pero ¿Que padre con dos dedos de frente le daría uno a su hija?
Y más si se le antojo adoptar uno después de ver un documental en animal planet.
—Es más pequeño que el de la tele mami — protesta mi hija en una clara señal de negación.
— Amor no todo lo que ves en la tv es igual en la vida real.
Con pasos cuidadosos Isabella se acerca al temeroso y ya nervioso gato, para examinarlo.
Me acerco detrás de ella sin tener ni idea de lo que busca. No es que le vaya a salir una quinta pata al gato simplemente por mirarlo más de cerca.
Entonces la expresión de Isabella se relaja y justo cuando ya la tenía medio convencida...
— ¡Princesa! ¿Adivina quién tiene un cachorro de tigre? — anuncian desde la entrada.
— ¡Papi! — Isabella se desprende a correr en dirección a su padre, arrojándose a sus brazos, quien la atrapa en el acto y le da vueltas en voladas.
Mientras el pobre gato... bueno el pobre gato ha decidido no darse por aludido ante el evidente rechazo de mi hija e ignorar a la peligrosa bestia de cuarenta y cinco kilos. Mientras la atención de Nino se divide entre el nuevo inquilino y el dúo de padre e hija que tengo delante.
Chasqueo los labios decepcionada, esto no puede ser. Me niego a aceptar que deje mi cita con el mejor masajista del país para ir a un refugio a adoptar un gato, al que mi hija ni siquiera va a mirar.
Pongo los ojos en blanco al ver como no mentían con eso del tigre.
¡No lo puedo creer! Isabella solo tiene dos años y ya tiene a su padre envuelto en su dedo meñique.
—Hola amor — saluda mi marido con un casto beso y nuestra hija en brazos.
Le devolví a Alexander el beso con una notoria mirada que claramente decía tenemos que hablar.
—Isa cariño ¿Por qué no vas a tomar tu merienda? Hay fresas, tus favoritas.
— ¿Fresas? ¡Sí! — exclama mi niña encantada.
Se baja de los brazos de su padre, a quien no hago más que contemplar en silencio mientras mi disgusto va en aumento.
— Creí que habíamos acordado mutuamente no ceder a los antojos de Isabella, lo que me lleva a preguntarme ¿Por qué traer un tigre? ¿Un tigre Alexander Ivanov? ¿Acaso estás loco?
Levantó la vista chocando con unos ojos idénticos a los de mi hija y parte del sinsabor se me va.
—A Isa le encantan los animales, y como no tiene hermanos pensé que sería buena idea.
— ¿Traerle un tigre? ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Comprarle un zoológico? Es decir ya tiene un perro que la triplica en peso y tamaño, pero no conforme con eso ¿Tenías que traerle un tigre? ¿Un tigre?
— Son protectores, estoy seguro que Isa enseguida le tomara cariño.
— El problema no es el cariño, esposo mío— masajeo mi cien y cuento hasta diez.
Darle razones a mi marido es como chocar con una pared de ladrillos una y otra vez.
Suspiro derrotada, ambos son demasiado parecidos y para mal de males siempre están en una sintonía que en ocasiones me parece aterradora.
—Tres reglas, la primera: el animal duerme afuera, segunda: vas a contratar a un profesional para que lo entrene como es debido, y tercera y más importante: esté será el último. No quiero más animales en esta casa.
—Por supuesto amor — asiente mi marido y entonces sonrió.
—No es broma marido mío, otro animal en casa amor, y verás mi coño solo en temporada estival.
Lo veo tragar en seco y con esa satisfacción me doy la vuelta rumbo a la cocina para asegurarme que mi hija no esté haciendo algún desmadre con el perro gigante.
De soslayo observo a mi pequeño impostor jugando con las cortinas, bien feliz y adaptado a su nuevo entorno.
Esto debe tener un límite o terminaré viviendo en un zoológico.
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Alexander
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¿En que lio me he metido? #PGP2024
ActionMi nombre es Liana Watson, pero todos me dicen Lia, Lia de liar y no en el sentido más caliente de la palabra, sino del liar que es sinónimo de pescar problemas de gratis. Gracias a esa fama, me convertí en toda una maestra a la hora de encontrar c...