Prólogo

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Siento como si durmiera en una nube de algodón, la temperatura y el aroma es tan agradable, que lo único que deseo en estos momentos es permanecer así por dos o tres horas más y quien dice horas dice días.

— ¡Espera Lia María que esto es demasiado bueno para ser verdad! — mi sexto sentido dispara la alarma, entonces la curiosidad me gana y termino abriendo los ojos.

La habitación no coincide en nada con la mía y menos con mi pequeño apartamento. El lujo que destila en cada esquina, las cabezas de animales colgadas en la pared como trofeos, y la ardiente chimenea crepita como si nada, mientras que afuera se desata una de las peores ventiscas que presenciado en mi vida.

—Esta no es mi casa y esto no es un sueño— confirmo luego de mirar una y otra vez por los alrededores, enlazando las secuencias de los sucesos ocurridos días atrás.

Me dirijo a la puerta, pero está cerrada con seguro, comienzo a golpear la madera desesperada, pero es en vano, trato de forzar las ventanas en busca de otra salida, pero me detengo en el acto al sentir el ruido de la cerradura ceder.

Entonces aparece en escena un sujeto extrañamente familiar, detalla cada centímetro de mi cuerpo y acto seguido entra como si fuera dueño y señor de todo lo que me rodea.

No me quita los ojos de encima, no emite sonido y no sé porque vienen a mi mente esas escenas de documentales donde el felino rodea a la presa, y siempre sale con la panza llena.

A medida que avanza, va dejando un rastro de su propia sangre, la ropa y el arma se encuentra igual o peor que su dueño, por inercia retrocedo, no me gusta el olor a sangre, pero él me acorrala contra la pared. 

Su mano comienza a pasearse desde mi abdomen, pasando por mis pechos, dejando una huella carmesí hasta detenerse en mi mejilla, donde ejerce un poco de presión antes de iniciar un beso posesivo que me hace flaquear en más de un sentido.

— ¿Quién eres tú? — le pregunto en cuanto abandona mi boca.

La verdad es que preguntar lo único que puedo hacer, ya que el arma que tiene en la mano, los músculos y el que tenga casi dos metros de altura, son tres cosas que dificultan mi fuga.

—Soy el Boss de la mafia rusa, tu dueño y...

—Perdón—interrumpo— pero de casualidad dijiste ¿Jefe de la mafia? —ratifico y el sujeto asiente sin desviar la mirada, no sé si debería preocuparme más por eso o su extraño sentido de pertenencia hacia mi persona.

Y como diría la abuela de mi amiga.

¡Ay Lía María! y ahora... ¿En qué lío te has metido?

Próximamente el 31 de marzo...

¿En que lio me he metido? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora