Capitulo 12

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Lia

Hiervo a fuego lento, aunque no sé si es por la ira, la calentura, el alcohol o todo junto.

Resulta ser que el desconocido responde al nombre de Alexander. Para mi felicidad, hace solo unas horas comprobé lo que mis alocadas imaginaciones me recordaban cada noche. El hombre está más bueno que el pan caliente y del paquete ni hablar.

Por lo visto no fui la única en disfrutar de darle a Brandon un espectáculo, donde él me folla con sus dedos, mientras yo tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para no bajarle la pretina del pantalón y montarlo ahí mismo, con alcohol y público incluido.

—Estás demasiado callada— comenta Alexander interrumpiendo mis díscolos y pecaminosos pensamientos.

—Es que no tengo nada que decir.

— Si lo tienes, tus ojos no se han apartado de la ventanilla y cuando crees que no te estoy prestando atención, me fulminas con la mirada.

— ¡Bravo Sherlock! — ironizo lanzando dos palmadas a secas— te has ganado el premio al mejor idiota.

Aprieta el volante con fuerza, sin apartar la mirada de la carretera.

Sus labios trazan una fina línea, su frente se arruga y... ¡Oh dios! ¿Pudieran existir en el mundo par de cejas más sexis? De seguro que cuando nació, en la etiqueta del hospital le pusieron hecho para pecar.

— No juegues conmigo Liana — advierte Alexander.

Esa voz, madre mía. Su voz es dos tonos más baja que de costumbre. En ella hay algo amenazador y peligroso, que me atrae como una polilla a la luz, aun sabiendo que, al igual que Ícaro, caeré con las alas quemadas y lastimada.

Solo él puede desatar mis emociones más oscuras y convertirlas en un infierno. Pero también tiene la llave de las puertas de mi cielo y en sus manos, la forma de hacerme llegar a él.

En resumen, acabo de gastar mi única vida en un juego que recién empieza, ¿Y para qué echar la partida cuando el ganador ya está decidido?

— ¿Y si quiero jugar? – pongo a prueba su paciencia, me encanta ser su pequeña y traviesa Lia.

Ha llegado la hora de poner en práctica las clases de coquetería de Flavia. Observo una parte mi rostro en el espejo retrovisor, acomodo mis risos a un lado, me inclino para darle una vista de mis pechos, lo miro con cara de niña buena. Aprovechando la luz, coloco una mano por encima de sus ajustados jeans, y acto seguido inicio una ronda de caricias a su miembro.

Si le soy indiferente estaré haciendo el ridículo de mi vida, pero sí no...

La dureza tras palpar la tela demuestra todo lo contrario.

Me desea.

Su móvil vibra, interrumpiendo el momento, pero él simplemente cuelga, vuelven a insistir y hace lo mismo.

—Si estás ocupado puedes dejarme en la próxima esquina, yo puedo pedir un taxi desde aquí.

— ¿Y dejar que te pase lo mismo que la última vez? Ni hablar— refunfuña,

Ahora mismo está en modo abuelo gruñón.

— Bueno, si me hubieras dejado con las chicas y yo habría vuelto con ellas, como llevo haciéndolo desde que soy mayor de edad. No seas anticuado abuelo, desde aquí puedo valerme perfectamente.

— Por nada del mundo te iba a dejar sola con tus amigas, en un club, borracha y junto a tu ex.

¡Por dios! ¡Qué hombre más prepotente! Por un momento me parece estar escuchando al General Watson en persona.

¿En que lio me he metido? #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora