Capitulo 12

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LUCIFER

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Necesito ir a comparar unas cosa, deje en la puerta de la casa el bolso con cosas personales.

—No te preocupes Ana, yo te puedo prestar de mi tocador.

—Oh no querida, gracias Lucy me llevara.

— ¿Yo? ¿Y porque yo?

—Porque soy tú tía favorita.

—Eres la única que tengo.

—Mejor para ti.

Conduzco como loco por la avenidas principales, esquivo autos, motos y unos que otros peatones, la tía Ana lleva puestos los dos cinturones de seguridad en el asiento del copiloto, lleva las piernas estiradas como si ella pudiera frenar el auto con ese movimiento, tiene las uñas de sus manos enterradas a cada lado de su cuerpo, una en la puerta y otra en el reposabrazos.

— ¡Lucifeer! ¡¿Qué carajos haces?!

—Estoy conduciendo tía.

Piso más el acelerador cuando veo menos tráfico en la avenida.

— ¡Ve despacio niño!

—Tía por favor, vamos lento.

Doy un giro cerrado en un camellón y la tía termina embarrada en la ventana.

— ¡Lucifeeer!

Mi auto colea antes de enderezarme y de pronto se queda callada, volteo a verla y tiene las mejillas infladas.

—Voy a vomitar. —Logra articular.

—Ah no, más te vale que no, es piel cocida a mano, trágatelo.

—Lucy, Lucy, Lucy, ¡Luciiiii!

Grita cuando un bus sale de pronto en una de las calles, pero alcanzo a pasar frente a él antes de que se incorpore a la avenida, los faros de este pasaron justo frente a la cara de la tía y pude ver claramente su tono de piel volverse totalmente transparente.

Veo mi objetivo y haciendo un perfecto cero en el piso, estaciono mi auto frente al supermercado.

—Hay por dios, gracias dios por permitirnos llegar vivos, gracias por mi vida y por mi familia...

— ¿Estas rezando?

—Hay cállate niño. Volverle en un taxi.

—Aja. —Camino con la tía y entro con ella a la tienda, toma una canastilla y camina por los pasillos, va echando cosas y yo también. Al final la canastilla se llena de cosas mías y me mira mal cuando vamos rumbo a la caja.

— ¿Qué?

—Tú vas a pagar todo eso.

—Eres la tía aquí, tu debes de comprarme a mí.

—Bien, yo te lo comprare.

Llegamos a la caja, vaciamos las cosas y le dan el total, me tiende la mano y arrugo las cejas.

—Dijiste que tú me compararías mis cosas por ser la adulta aquí.

—Y eso are, pero con tu tarjeta tesoro. Apresúrate que la señorita no tiene toda la noche.

—De hecho si —Saco mi billetera y le doy una de mis tarjetas— Aquí trabaja.


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Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora