ᴾᵃʳᵗᵉ ˢᵉᵍᵘⁿᵈᵃ, ᶜᵃᵖíᵗᵘˡᵒ ᴰᵉᶜⁱᵐᵒᶜᵘᵃʳᵗᵒ.

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No hacía tanto calor como lo hubiera esperado

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No hacía tanto calor como lo hubiera esperado. Había tomado la ruta subterránea más protegida desde la superficie, y, por tanto, más metros por debajo del nivel del suelo. 

La luna le había otorgado una inconformidad y preocupación que sobrepasaba su experiencia. El motivo era obvio: Aunque tuviera el trabajo, obligación y deber de cuidar de quienes se perdían por el tiempo, eso no significaba que fuese un trabajo rutinario.

Para ella, era mejor nunca haber laborado; No guiar a nadie, significaba que ninguna persona de otro tiempo había abierto el pergamino. Pero su vida, y sus largos años de espera, se habían unido en uno solo para recordarle por qué hacía lo que hacía. Todos sus conocimientos añejos habían resucitado en solo un par de semanas, desde la llegada inesperada de los niños.

Nunca antes había hecho este nivel de frío en las profundidades del suelo. Si así estaban los túneles, con la cantidad de tierra sobre ellos, por debajo de sus pies y a su alrededor; Entonces no quería imaginar cómo era el frío en la superficie.

Ella, la persona más adulta del grupo, y, por tanto, alguien que está exenta del Pergamino y su Promesa, sentía un frío incomodísimo y perturbador, como si una ola de suspiros ponzoñosos y melancólicos le esperaran al ascender a la superficie; Un mundo fantasma.

Su caminar era más preciso que el del resto. La Gran Anciana quería llegar cuanto antes al siguiente escondite, y cruzar de manera rápida la superficie. 

No solo no acostumbraba a ascender por sí sola, sino que tampoco acostumbraba a tener a su cuidado a niños refugiados del tiempo. Cualquier error en la superficie, podría costarle su vida; Pero más importante aún, la de los niños. Por lo que los nervios la cargaban como el filo de una navaja, siempre a la espera de ser utilizada, pero con la incógnita de saber el cómo.

—¡Ji–kyu!

Un estornudo resonó en las paredes, y a lo largo del túnel en tubo. La mujer mayor, con una antorcha alzada en la mano, pasó la vista por encima de su hombro para divisar al dueño del sonido que se había repetido por cuarta vez. 

De entre los muchos niños que la seguían desordenadamente y en grupos esparcidos, se encontraba un rubio niño bigotudo, con su capa color ceniza en los hombros. Boruto, con los brazos debajo de la capa, se calentaba el cuerpo frotándose los brazos con las manos, mientras apegaba más los mismos a su propio cuerpo.

El resto de sus amigos también padecían de un frío similar. Puesto a que todos llevaban puestas sus vestimentas de pijama, no estaban protegidos contra el frío externo, por lo que la Anciana les volvió a facilitar el uso de las capas con las que llegaron al escondite por primera vez.

No había ni un solo chico o chica vestido de manera diferente. Todos, desde alguien tan alto como Iwabee, como alguien pequeña como Tsubaki, llevaban los mismos pantalones, las mismas camisas abotonadas, y los mismos suéteres de lana o tela vieja que apenas cerraban encima. Incluso tenían las mismas capas. Sin embargo, La Anciana era la única que no padecía del mismo frío que los estaba perturbando en su caminata.

- BORUTO & NARUTO: 𝐋𝐨 𝐐𝐮𝐞 𝐀𝐥𝐠ú𝐧 𝐃í𝐚 𝐒𝐞𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬 | Viaje Al PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora