ᴾʳóˡᵒᵍᵒ: ᴰᵉ ᴾʳᵒⁿᵗᵒ, ᴴᵃᶜᵉ ᴰⁱᵉᶜⁱˢéⁱˢ ᴬñᵒˢ ᴬᵗʳáˢ...

242 9 0
                                    

— ¡Por aquí! ¡Ha sido por aquí! — Exclamaba un hombre, abrigado con ropas de pieles de animal y del cuero más especial que se pudiese encontrar. — Lo he escuchado, cuando alcé la vista ¡BOOM! ¡Aparecieron de la nada en un remolino elevado! Se que ha sido por aquí... ¡Lo he visto! ¡¡Créanme que sí lo he visto!!

El blanco puro y brilloso se extendía incluso más allá de lo que pudiera dar la vista. La tierra blanca y fría parecía estar decorada con una brillantina de papelería, y con el espejismo mágico de los cuentos de hadas. El sol se reflejaba en las capas de nieve más sólidas y amontonadas, y a su vez, la humedad escapaba de la nieve que era pisada con cada paso hecho por el hombre, para aglomerarse y terminarse uniendo a una capa vecina de nieve.

El cielo estaba blanco de lo vacío que estaba. El sol disparaba sus rayos cálidos a los fríos suelos de la tierra del Hierro, pero eso no afectó al clima que se había hecho con el país entero. La nieve había visto al país crecer, y el frío era el pan de cada día, de cada persona que vivía en el país del hierro. Incluso si la nieve se llegase a extinguir de sus tierras, el frío nunca se iría. Este hallaría la manera de procrearse mediante las profundidades o la lluvia, pero jamás cedería a la luz cálida del sol.

De entre las colinas albinas cercanas al páramo blanquecino de las tierras, se hallaban una fila de Hombres vestidos de armadura y armados con espada. El número de personas masculinas era de entre seis a diez, y una de ellas era meramente un cazador que vivía de su trabajo de arrebatarle la luz a los seres más inofensivos de las montañas nevadas.

— Por aquí, por aquí... — Decía el hombre abrigado con pieles de animal, casi en un tono que suplicaba credibilidad. Conocía los caminos que conectaban con el bosque de las bestias come hombres, y caminaba sobre la nieve sin ningún problema. Los de armadura lo seguían en línea recta, justo detrás del único hombre que no llevaba puesta una: El rey de los Samuráis, Mifune-san. — No sé exactamente en dónde cayeron... ¡P-Pero sí me percaté de que fue exactamente en este bosque...! Ah, tenga cuidado, a veces pongo trampas para los lobos de aquí. Hasta es posible que ellos ya hayan caído en alguna, incluso antes que los lobos.

Mifune estaba con la expresión más neutra posible, incluso más neutra que la habitual con la que había sido extensamente conocido. Él, cuya Katana no había cambiado o sido destruida desde la primera vez que la empuñó, nunca le había temido a nada. Si bien su Maestro le había inculcado cosas que tenían que ver con ignorar el miedo, Mifune pensaba que la mejor forma de evadirlo es tenerlo; Convertirlo en un punto fuerte y aprovechar la adrenalina.

Pero este momento no era como muchos. Aquí no surgía el miedo, ni siquiera la confusión... Sino (Suponía él), la incertidumbre.

Una ventisca había arrasado con gran parte de los poblados cercanos a las montañas, y solo las zonas que intimaban con los bosques, se habían salvado de rozar el sufrimiento de daños. No había pérdidas humanas, simplemente pérdidas materiales. Sin embargo, Mifune había sido alertado de un avistamiento poco común (si no que anormal), de remolinos girando en nubes grisáceas por encima de los bosques.

Mifune actuó rápidamente, pero al salir de su torre, recibió la alarmante noticia de que el mismo fenómeno había sido avistado en otras zonas en el interior de su país, y el tamaño del remolino de nubes, variaba, dependiendo del comportamiento de la nieve en las zonas.

El hombre que los estaba guiando, era una persona, de muchas, que había presenciado el suceso. Pero lo que lo individualizaba del resto, era la claridad con lo que había visto lo ocurrido, y la soledad de la que estaba rodeada la zona.

Ese hombre era el único que vivía por aquí. Él estaba solo. Su testimonio valdría más que el resto de las personas que estaban siendo interrogadas, de no ser por la frialdad y el escepticismo de Mifune, quién en su afán por encontrar la fuente del problema como algún fenómeno natural, no bajaba la guardia y ponía en duda todo lo que el pobre hombre trataba de decir.

- BORUTO & NARUTO: 𝐋𝐨 𝐐𝐮𝐞 𝐀𝐥𝐠ú𝐧 𝐃í𝐚 𝐒𝐞𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬 | Viaje Al PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora