A un paso de la adultez

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Gabriel

Gabriel termino se paso una mano por el cabello, intentado acomodarlo en algo que pudiera verse medianamente decente, puesto que su cabello ondulado ya estaba lo suficientemente largo como para evitar que pudiera peinarlo con facilidad, sin embargo, no había podido ir a la peluquería esa semana, incluso su asesora en la escuela amenazó con pasarle ella mismas las tijeras por la cabeza si no lo recortaba, claro que en esos años, nada de eso sería posible, Gabriel ya no le temía a la amenazas infundadas por los docentes del Instituto Wilde, más bien, asentia con la cabeza, fingiendo estar apenado cuando en realidad, por dentro se estaba riendo.

Era un poco cruel, si.
Pero esa era su forma de ser y no pretendía cambiarla.

Bajó las escaleras hasta llegar a la sala/comedor de la casa de sus abuelos, una vez ahí, se sirvió un vaso de agua, la jarra ya estaba puesta en la mesa junto a un grupo de varios vasos de cristal, y tomo asiento en una de las sillas que se encontraban desperdigadas por el lugar, le dirigió una pequeña morada de reproche al hombre que dormitaba en uno de los sofás amarillentos de la sala, su abuelo, aún tenía en la mano una cerveza a medio terminar, ya caliente y que no se veía muy apetecible la verdad. Aparentemente había terminado bebiendo la noche anterior con la propia madre de Adrián y el pobre había tenido demasiada pereza como para  desplazarse hasta su propia habitación.
Suspiro y tomó uno de los cojines de la sala, antes de colocarselo en la cabeza, pues el cuello del hombre colgaba en una dolorosa posición hacía un costado.

Continuó degustando su helado, hasta que una mujer regordeta apareció por la puerta de la cocina, con un plato de carne bien cocida y condimentada con ajo, su abuela era una excelente cocinera y a veces se inventaba recetas para complacer a su familia, quizás ese era uno de esos días.

—¿Cuántos años cumple tu novia?—preguntó, mientras dejan sobre la mesa, aquel plato de carne, a Gabriel se le antojo, inevitablemente.
—Diecisiete—tomó un trozo de carne aún caliente y se lo metió a la boca, cerró los ojos para concentrarse mejor en el sabor.
—¡Pero si pensé que era más chiquita que tú!—ya no le extrañaba ese tipo de comentarios, gracias a la complexión de la chica y su rostro pequeño, todos se confundían respecto al tema de las edades, a él una vez lo llamaron señor en un restaurante y Helena le contaba muy a menudo que incluso teniendo ya los doce años cumplidos, en algunos lugares como museos le seguían cobrando su entrada como si fuera una niña. Así que no le sorprendió la reacción de su abuela.
—Todos nos dicen eso—alegó, restandole importancia—Su regalo esta allá arriba, es un peluche de pingüino—la razón de haber elegido ese amimalito en particular se debía a una razón en particular; hace años, se topó con un artículo que hablaba sobre la monogamia en dichos animales, aparentemente escogían una pareja para toda su corta o larga vida, representaba perfectamente, lo que quería al lado de Helena, siempre estar juntos, pasara lo que pasara.
—¿Y no le vas a dar...otro regalito?—la voz de la anciana sonó juguetona e incluso algo burlona cuando hizo aquella insinuación. Gabriel casi escupe otro trozo de carne qué aún se encontraba masticando. Comenzó a toser, mientras intentaba no escupir el bocado y tragarselo, al mismo tiempo intentaba no ahogarse.

La mujer comenzó a carcajearse en su sitio, el abuelo, aún medio dormido en el sofá, murmuró algo sobre que le dolía la cabeza e inmediatamente volvió a caer en un sueño aparentemente profundo.

—Ay hijo, estas bien chistoso—no paró de reír—Yo me refería a un chocolatito, no a lo que tu mente cochambrosa esta imaginando—se sentía un poco avergonzado, lo suficiente como para cambiar de tema inmediatamente, uno que no tuviera nada que ver con lo antes mencionado.

Aunque en su mente, las palabras de su abuela seguían resonando como un eco que jamás terminaría de borrarse.
Desde que comenzaron a tener relaciones íntimas, dichos encuentros habían sido más recurrentes de lo que él mismo llegó a imaginar en algún momento. A veces invitaba a Helena a su casa, no porque no quisiera salir a ningún otro lado con ella, pero no tenía el dinero suficiente como para invitarla a esas salidas que tanto le gustaban a su novia, como comer en restaurantes de lujo o cosas por el estilo, a veces tomaban un café en la plaza cerca de su casa o iban al cine, aunque ninguno era muy fanático en realidad de esto último, así que la mayor parte de las salidas se limitaban a ambos en la casa de alguno, mientras Gabriel cocinaba algo y Helena elegía lo que harían en esa ocasión, planeaban llevar a Daemon a pasear por el parque pero temían que terminara llamando el apetito de los perros grandes, así 1ue decidieron que lo mejor sería jugar con él solo en el patio de la casa de los Valencia, otras veces, Helena llegaba con el hurón hasta la casa de Gabriel y esos eran los días que menos le gustaban a él.

Delirios Juveniles #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora