Las justas

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Después de aquella fiesta, las cosas no fueron del todo buenas para ambos.

La distancia llegó, como un huésped no deseado y que por supuesto se negaba a marcharse a pesar de los constantes intentos por hacerlo a un lado, y con ello, se dió el ambiente propicio para las peleas constantes.
Las pocas veces que llegaban a verse casi siempre terminaban igual, con discusiones. Ninguno de los dos parecía querer ceder ante el otro y Helena, en un acto infantil esperaba que fuera él quien acudiera a ella, quien rogara por su atención como en años pasados, cuando su relación apenas comenzaba y ella era solo una niña caprichosa...tal vez lo seguía siendo a final de cuentas. Sin embargo, en esos últimos meses, Helena término cediendo, tras noches sin dormir, o momentos extraños en los que le dolía el pecho y el llanto llegaba a ella, se preguntaba constantemente si él estaría sintiéndose igual, si Adrián acaruciaria las sábanas de su solitario lecho, buscándola en la madrugada, si se levantaría tratando de llamarla, pero terminaba arrepintiendose, si escribía mensajes que jamás llegaba a enviar, a lo mejor él también se ponía de pie en su propio balcón, con la esperanza de verla caminar por la calle hasta llegar a su residencia.

Justo como ella lo hacía.

A veces, visitaba sorpresivamente a su tío en la compañía, con la pura intención de toparselo de frente y hablar como los dos adultos que se supone eran y claro que llegó a suceder, pero su novio se limitaba a mirarla un par de segundos antes de continuar su camino por los largos y fríos pasillos del edificio, sin si quiera preguntarle la razón de sus constantes visitas. Pero percibía algo distinto en aquellos encuentros fugaces.

Se veía ojeroso.
Más delgado.
Más triste y decaído.

Casi parecía enfermizo. Su piel ya no tenía el color que tanto le gustaba, continuaba siendo morena, pero una su tonalidad grisacea lo cubría de pies a cabeza, los ojos hundidos en la piel del cráneo le ocasuonaban una oleada de miedo. No por su presencia, más bien porque nescritorie le estaba pasando.

¿Estaría comiendo bien?
¿Estaría enfermo?

Esos eran el tipo de pensamientos que la mantenían en un estado de alerta constante caís todo el día, solo cuando se encontraba en la universidad podía parar de preguntarse qué diablos le sucedía, cuando tocaba el violín podía sentir la música vibrar a través de sus dedos, pasando por sus brazos hasta empapar todo su cuerpo y con ello su alma, cerraba los ojos y se concebtraba en la melodía, en los vibratos, en los movientos rápidos que debía ejecutar cada cierto tiempo. Lo mismo sucedía cuando entrenaba, pero Adrián incluso comenzó a faltar a dichas sesiones y muy a pesar de su orgullo, decidió que esta vez sería ella quien fuera a buscarlo.

Pero eso debía suceder hasta que culminaran sus exámenes.
Después de eso, se prepararía para lo que sea que se le viniera encima.

Si Adrián quería estar con ella, debía decirlo.
Si simplemente ya no la amaba y quería separar sus vidas, también debía saberlo.

Aunque le doliera...prefería escucharlo de sus propios labios y voz, estaba segura que muy probablemente la destrozaría, tal vez más que la última vez que lloró por un hombre, pero quería saberlo, por él.

Un día después de que sus evaluaciones culminaran, llegó hasta su hogar y se la paso el resto de la tarde intentando preparar un intento de pay de frambuesa y chocolate. Debía admitir que tenía habilidades para muchas cosas y talento para muchas otras, sin embargo, la cocina no era una de sus áreas más fuertes, aún así se esforzó al máximo para que el sabor fuera bueno, al igual que la presentación.
Ella jamás cocino para él, siempre era Adrián quien preparaba la comida en esos días en los que solían quedarse juntos en el departamento. Se trataba más de un acto de amor, hacer algo que no le gustaba, meramente porque sabía que a él le gustaría probar hecho algo por ella.

Delirios Juveniles #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora