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— ¿No? No, ¿Qué?— exclamé.

Desesperado, respondí a su mirada humillante, pero cuando me disponía a replicar también con palabras, me interrumpió con el mismo monosílabo de antes:

— No.
— ¿Cómo que no?— exclamé con los brazos cruzados— ¡Claro que le envié un correo electrónico!
— Tiene que haber algún malentendido. Pero lo que está clarísimo es que tú aquí no te quedas— dijo dándome la espalda.

Acto seguido, sin esperar respuesta, se fue hacia... Bueno, en ese momento no sabía hacia dónde había ido porque al fin y al cabo ni siquiera había podido ver cómo era el maldito piso.

—¡Seguro que encuentras la salida tú solito!— me gritó por encima del hombro.

Una vez más me quedé boquiabierto. Y sin palabras, además. El tipo simplemente había decidido pasar de mí. Me había dejado en el pasillo sin darme la más mínima oportunidad de convencerlo. Ni siquiera había podido soltarle el discurso que me había preparado para las visitas. Durante las últimas cuarenta y ocho horas había tenido que tragar un montón de mierda, pero aquello..., aquello era insuperable.
De repente se me cruzaron los cables y de mi garganta escapó un gruñido de frustración. Mis pasos retumbaron en el suelo cuando seguí a Choi lleno de determinación.

— ¡Eh!— le grité furioso, entrando en una sala de estar que enseguida me pareció luminosa y agradable. El imbécil se detuvo de repente y se volvió hacia mí con el celo fruncido—. ¡No puedes echarme así como así!. ¡Ni siquiera me has enseñado el piso!

Su piel bronceada reveló cierta sensación de asombro que no pudo contener dentro de los límites de esa apariencia gélida.

— ¿Que no puedo?— replicó, y esa vez fue él quién cruzó los brazos, lo que me permitió ver todavía con más claridad los tatuajes de sus antebrazos.

Me pareció oír los chillidos furiosos que mi madre soltaba siempre que algo le parecía absolutamente horrible.

— No, no puedes. ¡Lo acordamos por mail, joder! Me dijiste que viniera a ver el piso, o sea que no pienso marcharme hasta que me hayas enseñado la habitación y me hayas dado la oportunidad de convencerte de que seré un buen compañero de piso.

El muy imbécil arqueó las cejas y me dedicó una mirada de desprecio.

— Como ya te he dicho, ha sido un malentendido, creía que eras yo que sé, una tía o cualquier otra cosa que no fuese un tío. Y queda claro que no lo eres.

Me repasó con la mirada una vez más, recorriendo mi cuerpo de arriba abajo con los ojos llenos de desprecio.

— Busco una compañera de piso. Compañera. No compañero— insistió subrayando la última letra. Más que pronunciarla, pareció como si la hubiera escupido.

Dentro de mi cerebro saltaron todas las alarmas en cuanto me percaté de que, por muy desastrosas que hubieran sido el resto de las visitas, aquella se llevaba la palma.

— ¿Tienes la menor idea de lo que he tenido que aguantar durante los dos últimos días mientras buscaba piso?— empecé a decir con el pulso cada vez más acelerado—. Un tipo me ha preguntado cuál era mi talla de boxer mientras se paseaba medio desnudo por la cocina. ¡En tres pisos me han ofrecido pagar el alquiler con favores sexuales, en otro pretendían que trabajara como canguro, mientras que en otro he evitado por lo pelos que mis futuros compañeros de piso se pusieran a follar delante de mis narices!

A esas alturas ya estaba gritando a todo pulmón, y no estaba dispuesto a bajar la voz. Había abierto las compuertas y el torrente de palabras era imparable, estaba realmente desbocado. Si llego a saber dónde estaba la cocina del piso, habría agarrado una sartén y se la habría estampado en la cabeza a ese cabronazo.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora