Al final decidimos renunciar a caminar por la montaña y volvimos directamente a casa. Ya había caído la tarde, las nubes habían cubierto el cielo por completo y una fina lluvia empezaba a hacerse visible en forma de diminutas gotas sobre el parabrisas del coche.
Durante el trayecto de regreso, apoyé la cabeza en el hombro de San y le agarré la mano que tenía apoyada sobre mi muslo.
Me encantaban sus manos. Eran grandes, con los dedos esbeltos y los nudillos ligeramente más gruesos. A esas alturas, el único rastro que perseguía el incidente de la discoteca era una mancha de color amarillo oscuro, y se la acaricié suavemente con el pulgar.
La intensidad de la lluvia fue en aumento, y cuando llegamos a casa llovía a cántaros. Salí corriendo del coche usando mi chaqueta como paraguas, pero la verdad es que no sirvió de mucho. Los pocos metros que me separaban del portal bastaron para que quedara completamente empapado. San se rio al escuchar la sarta de insultos que yo iba soltando. A él la lluvia le traía sin cuidado.
Todavía no había abierto la puerta del todo cuando él se me adelantó. Me agarró de la mano y comenzó a tirar de mí mientras ascendía por la escalera, lo que me recordó la otra ocasión en la que me había obligado a subir de ese modo.
— ¿Tienes previsto dejar otra marca en la pared?
Se volvió hacia mí y me sonrió. Al cabo de un momento, me rodeó la cintura con las manos y me levantó en volandas, a pesar de que todavía no habíamos llegado a nuestro rellano. Me besó con tanta pasión que un cosquilleo eléctrico se extendió por todo mi cuerpo.
— Necesito urgentemente una ducha— murmuró, y siguió subiendo la escalera cargando conmigo a cuestas, lo que me vino de perlas porque el beso que acababa de darme me había convertido las rodillas en gelatina.
— Yo también— repuse sonriendo frente a sus labios.
— Tenía la esperanza de que dijeras eso.
Una vez arriba, me dejó en el suelo y me agarró de la mano una vez más. Echó a andar con grandes zancadas que casi me obligaron a correr durante los últimos metros que nos separaban de la puerta del piso. Doblamos la esquina del pasillo riendo a carcajadas.
De repente, él frenó en seco y me soltó la mano. Fue como si de pronto se hubiera quedado petrificado.
— San, ¿qué...?
— Lárgate— dijo usando un tono de voz que no supe reconocer. Titubeando, di un paso hacia delante.
Junto a la puerta de nuestro piso había un tipo apoyado en la pared en actitud relajada, vestido con pantalones de traje gris y camisa blanca, sosteniendo la chaqueta a juego por encima del hombro. Tenía el pelo castaño oscuro peinado hacia atrás y se nos quedó mirando con una sonrisa burlona y arrogante con la que se ganó mi antipatía al instante.
A pesar de que en la fotografía que había visto en casa de Yeji aparecía mucho más joven, lo reconocí enseguida.
Se parecía bastante a San. Y, al mismo tiempo, no se le parecía.
Sus rasgos faciales eran igual de suaves y compartían también los mismos ojos marrones, aunque no transmitían la misma calidez y la honestidad que tanto caracterizaban a San y a su madre.
— Te lo digo en serio— advirtió en tono amenazador—. Lárgate.
Se le habían tensado todos los músculos de repente, e incluso parecía que estuviera conteniendo el aliento, quieto y firme como una estatua.
— Yo también me alegro de verte, querido hermano— dijo, sin demostrar la más mínima intención de abandonar el lugar que ocupaba en la pared.
Al contrario que San, parecía de lo más relajado. Su mirada se dirigió hacia mí y me dedicó una sonrisa que reveló una dentadura demasiado blanca. La sonrisa de un rompecorazones sin escrúpulos, sin lugar a dudas.
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Empezar (Woosan)
RomanceWooyoung está a punto de empezar la universidad y necesita encontrar apartamento. San se ha quedado sin compañero y él solo no puede pagar todo el alquiler. Wooyoung y San se verán obligados a compartir piso y sólo deberán cumplir 3 sencillas reglas...