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Lo más normal habría sido que la noche anterior a mí primera clase en la universidad no hubiera pegado ojo debido a los nervios, pero ese mismo día acababa de subir una montaña. Seguro que si pude disfrutar de un sueño cercano al comandue gracias a la caminata y al aire fresco del día anterior.

Sin embargo, los nervios aparecieron cuando abrí los ojos por la mañana, y cuando Yeosang y yo por fin nos vimos en nuestra primera clase, estábamos al límite de la euforia.
De nuevo, la realidad nos hizo poner los pies en el suelo bastante deprisa. Nos sentamos en medio del aula gigantesca y llena hasta los topes. Apenas pude oír la presentación de la profesora debido al nivel de ruido del ambiente. Tampoco ayudó que ella no hiciera el más mínimo esfuerzo para levantar la voz o para pedir silencio. Además, no se permitía intervenir en esas clases, por lo que llegué a la conclusión de que tendría que acostumbrarme a ello.

— ¿Cómo te va con el cabrón?— susurró Yeosang mientras pasaba un caramelo por el banco de madera.

Durante el café matinal le había mencionado algo sobre la fiesta del sábado, y estaba esperando que le diera más detalles. Era evidente que estaba expectantes. Desenvolví el caramelo poco a poco, lo que me concedió un poco de tiempo para pensar.

— Es bastante gruñón, pero creo que nos acabaremos llevando bien. Ayer fuimos de excursión.
— ¿Eso es un eufemismo?— preguntó Yeosang con los ojos ilusionados por la esperanza.

Intenté reprimir una carcajada que acabó convertida en un curioso ruido gutural. Una chica que estaba sentada en el banco de delante se volvió hacia nosotros para fulminarnos con la mirada y yo me tapé la boca con la mano.

— No. Realmente fuimos de excursión.
— ¿Y por qué?
— Pues porque yo quería admirar los paisajes y parece ser que a él le gusta mucho salir de excursión.

Yeosang se rió.

— Si tú lo dices, me creo que a San le gusta ir de excursión.

En esa ocasión fue él el que recibió la mirada fulminante de la chica que se sentaba delante.

— Basta ya, Yeosang— le reprendí con fingida seriedad.


Antes de las clases de la tarde, fuimos juntos al comedor universitario. Nos acercamos al lugar donde la comida iba saliendo de la cocina y nos pusimos de puntillas para poder ver los diferentes platos que se podían encargar, pero no había manera. Había demasiada gente para distinguir nada.

— La próxima vez nos traemos algo de casa o volvemos a mí piso para comer— propuse. Casi tuve que gritarlo para superar el ruido ambiental. Tanto alboroto y tanta gente me estaban agobiando y ya empezaba a sudar.
— Dudo que fuéramos capaces de ir, comer y regresar a tiempo para seguir con las clases— opinó mi amigo mientras intentaba descifrar los rótulos del mostrador.

Cuando por fin nos añadimos a la cola, no tuvimos mucho tiempo para decidirnos. Yeosang optó por una ración de macarrones con queso, mientras que yo me incliné por un poco de carne.

— Yo que tú no elegiría eso— murmuró alguien a mí lado justo cuando ya me disponía a pedirlo.
Me sobresalté tanto que estuve a punto de dejar caer la bandeja al suelo.
— Ah, tú curioso compañero de piso— dijo Yeosang, levantando la mano para saludar con un gesto mecánico.

Giré la cabeza hacia ese lado y me topé con San, que observaba los platos con la nariz fruncida y se pasaba una mano por el pelo.

— ¿Por qué no?
— Esta carne está asquerosa, seguro que no la cocinan bien y siempre está cruda.

Asentí para darle la razón y señalé en dirección al plato siguiente: alitas de pollo picante. Él negó con la cabeza y simuló una arcada.

— Bueno, ¿Y las verduras salteadas? ¿Qué les pasa a las verduras salteadas?— le pregunté. A San se le iluminaron levemente los ojos, y yo, encongiendome de hombros, las pedí.
Cuando la empleada del comedor me tendió el plato, él me lo quitó de las manos sustituyéndolo por su propia bandeja vacía.
— Esto por haberme dejado sin café está mañana— dijo marchándose ya hacía la caja.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora