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Lo bien que lo pasé ese día sólo puede compararse con lo mal que lo pasé por la noche. Sentía la necesidad imperiosa de levantarme de aquella cama extraña y recorrer la casa en busca de San. Me resultaba imposible desconectar la mente. Cada vez que cerraba los ojos lo veía delante de mí, sonriendo, o pasándose la mano por el pelo, como hacía siempre que se ponía a pensar en algo. Y, una y otra vez, volvía a mí el recuerdo del beso que nos habíamos dado. Necesitaba dejar de pensar en él de esa manera cuanto antes. El día anterior había sido genial, y había vuelto a demostrar que formábamos un gran equipo siendo solo amigos.

Sin embargo, el cosquilleo que sentía por todo el cuerpo se extendía también a zonas que poco tenían que ver con la amistad. Con un gemido de frustración, me giré sobre un costado y me cubrí la cabeza con la colcha, como si de ese modo pudiera silenciar los pensamientos traicioneros que me asaltaban o contener lo que el cuerpo me reclamaba.

No sirvió para nada. No conseguía dormirme y estuve dando vueltas en la cama de San durante una eternidad. Llegué incluso al punto de olisquear la almohada para ver si encontraba su aroma allí impregnado.
Fue realmente lamentable.

Cuando por fin conseguí conciliar el sueño era ya bien entrada la madrugada, y a la mañana siguiente las consecuencias de esa larga noche se manifestaron en forma de unas oscuras ojeras. Cogí la toalla que Yeji me había reservado y entré en el cuarto de baño con la esperanza de que una ducha pudiera mejorar mi estado. Regulé la temperatura para que el agua saliera tan fría como me vi capaz de soportar e intenté disfrutar del agua fresca deslizándose sobre mi piel. Todavía tenía en la cabeza la canción de Yellowcard, y la estuve tarareando en voz baja mientras me lavaba el pelo con champú. Estaba a punto de verter algo de gel de ducha en mi mano cuando, sin previo aviso, se abrió la puerta del baño

— Buenos días.

El sobresalto que me llevé estuvo a punto de hacerme resbalar, pero por suerte conseguí agarrarme al soporte de la ducha en el último segundo.

— ¡Fuera de aquí, San!— protesté, contemplando con verdadera admiración lo bien fijado que estaba aquel soporte a la pared del baño.

Oí cómo el se reía.

— Es que no has echado el pestillo. Casi podría considerarse como una invitación a entrar.

Mierda, tenía razón. Realmente me había olvidado de echar el pestillo. Pero sólo porque ya me había acostumbrado a vivir sin la posibilidad de encerrarme mientras me duchaba.

— Estás como una cabra San. ¡Lárgate de aquí!

Noté un escozor terrible en el ojo derecho y maldije en voz alta. Ese champú no se llevaba precisamente bien con mi retina.

— Tranquilo, no me molesta en absoluto.

Oí cómo abría el grifo del lavabo y empezaba a cepillarse los dientes.

Le faltaba un tornillo, no había otra explicación posible.

Lo que debería haber sido una apacible ducha matinal se acabó convirtiendo en una hazaña frenética. Primero intenté enjuagarme el champú de los ojos y luego me enjaboné el cuerpo a toda velocidad, cuidando cada dos por tres que la cortina estuviera bien colocada. Sólo me quedaba la esperanza de que realmente fuera tan opaca como me parecía.

— Ayer me lo pasé genial— me dijo San de repente. Me costaba comprender lo que decía, porque todavía tenía el cepillo de dientes en la boca y la voz ronca de recién levantado.

— Yo también. Aunque la verdad es que hoy habría estado bien poder ducharme con tranquilidad sin que nadie me molestara. Creí que ese tema ya lo teníamos más que hablado.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora