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Por desgracia, la ducha no fue nada relajante. Todo lo contrario. Lo que me apetecía de verdad era tomar un baño, pero al ver que no había llave en la puerta y que San era tan imprevisible, no me fie. Por eso me limité a darme una ducha rápida antes de encerrarme en mi habitación.
Una vez dentro, apoyé la espalda en la.puerta y, por primera vez desde que había llegado a Seúl, llené mis pulmones de aire hasta el límite de su capacidad. Cuando exhalé de nuevo, fue como si el aire hubiera recorrido mi cuerpo entero, y una sensación de calma empezó a apoderarse de mí. Abrí los ojos, y lo que vi era justo lo que había soñado siempre: sobre el sofá cama ya montado, una colcha suave y mullida; sobre el escritorio, mis álbumes favoritos. Tenía las cortinas entreabiertas y entraba la última luz del atardecer.
En ese instante, mientras contemplaba esa estampa idílica, no pude seguir conteniendo la emoción.
Y empecé a sollozar en voz alta.
Reaccioné enseguida y me tapé la boca con la mano, esperando que nadie me hubiera oído. Las lágrimas me ardían en los ojos y ni siquiera llegué a mi cama. Todavía de espaldas a la puerta, me dejé caer poco a poco hasta el suelo y me quedé hecho un ovillo, abrazándome las rodillas.
Lo había conseguido. Estaba en Seúl, a casi dos mil kilómetros de mis padres. Durante esa semana había hecho más cosas por mí mismo que en toda mi vida, y de repente me pareció tan sobrecogedor que no pude seguir conteniendo las lágrimas, les di rienda suelta y empezaron a recorrer mis mejillas con calidez.
Estaba absolutamente revuelto por dentro. Llevaba tres años soñando día y noche con ese instante: por fin había conseguido llegar a un lugar que me ofrecía la libertad que tanto había deseado
Con cuidado, levanté la cabeza y contemplé mi habitación una vez más: ya lo tenía todo como siempre lo había querido. Nadie volvería a decidir jamás sobre mi forma de vivir. Nunca más dejaría que alguien me colgara una etiqueta que yo no sintiera como propia. Había llegado el momento de escribir mi propia historia. En mi nuevo hogar.
Poco a poco, por debajo de las lágrimas empezó a aflorar una sonrisa.

No sabía a cuánta gente había invitado San. Lo único que sabía era que hacían mucho ruido. Sin embargo, no estaba dispuesta a que me aguaran la noche. Me puse algo cómodo: una camiseta de tirantes que formaba parte de mi pijama y unos pantalones cortos de color gris. Por mí, como si a San le daba por organizar una fiesta cada noche. Compensaba con creces el hecho de no tener que compartir la habitación con un montón de gente más en el albergue.
Me dispuse a desplegar el sofá, descubrí que costaba más de lo que había previsto y me llevé dos golpes en la espinilla intentando abrir la parte inferior. Al final sobreviví sin sufrir heridas de gravedad h pude acomodarme.
Por fin tenía tiempo de ponerme al día con las series, después de unos cuantos días sin poder ver ningún episodio. La verdad es que era un auténtico yonqui de las series y me tragaba cualquier cosa que cayera en mis manos y todo lo que encontraba en Netflix. Últimamente estaba enganchado a series de superhéroes, pero eso dependía de la época y del humor. Había tenido una temporada en la que no podía vivir sin series adolescentes como Crónicas vampíricas; luego de repente, me dio por ver los últimos programas de Bailando con las estrellas y me obsesioné con dramas históricos.
Enchufé mi portátil para no quedarme sin batería y rebusqué entre las cajas de la mudanza que me quedaban por abrir hasta que encontré mis queridos auriculares, que además de ser enormes eran también comodísimos. En cuanto lo tuve todo listo, me acurruqué bajo la colcha y me dediqué a contemplar cómo unos superhéroes salvaban el mundo.

No sabría decir cuántos episodios llegué a ver, pero el caso es que en algún momento me quedé dormido. Y no me extraña, después de haberme pasado el día entero de aquí para allá.

Me desperté cuando un estrépito amortiguado atravesó la barrera sonora de mis auriculares. Abrí los ojos y quedé deslumbrado por una luz que me enfocaba directamente en la cara, por lo que parpadeé medio dormido. Alguien había abierto la puerta de mi cuarto de par en par y, sin querer, había golpeado la estantería que quedaba detrás.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora