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Al principio me planteé la posibilidad de volver a entrar en el pub, pero enseguida me di cuenta de que estaba demasiado furioso para eso, de manera que decidí volver a pie a casa. Por primera vez desde que había oído la conversación entre San y Yeji en Busan, no sentía tristeza. Supongo que la rabia era tan fuerte que no dejaba espacio para otros sentimientos, menos aún cuando encontré el coche aparcado frente al piso.

Ese cabrón de mierda me había dejado tirado en el aparcamiento y había vuelto directamente a casa. Y eso, después del numerito que había montado delante de todos en el pub...

Subí los escalones de dos en dos. Estaba tan rabioso que la mano me temblaba hasta el punto de no ser capaz de meter la llave en la cerradura hasta el cuarto intento.

Nada más abrir la puerta, oí la música que salía a todo volumen de su habitación. Tenía ganas de ponerme a gritar, pero pensé que no me oiría de todos modos, por lo que decidí descargar mi rabia quitándome los zapatos y dejándolos tirados de cualquier manera, rompiendo así el orden meticuloso de San. Mi chaqueta acabó en el suelo del pasillo.

Con los puños cerrados, entré en su habitación sin dudarlo ni un instante y sin molestarme en llamar antes. Ni siquiera lo miré, fui directamente hacia su equipo de música y pulsé unos cuantos botones, pero no conseguí nada de nada. Frustrado, solté un grito y tiré del cable para desconectar el equipo de música de la corriente. De repente, reinó el silencio.

Me volví hacia San.

— ¿¡Me tomas el pelo o que!?— le solté.

Estaba sentado en su cama, inclinado hacia delante y con los brazos apoyados en los muslos. En la mano derecha tenía algo que parecía una bolsa de guisantes congelados.

No replicó nada, se limitó a seguir mirando fijamente el suelo.

— ¡Te he hecho una pregunta!— insistí, levantando todavía más la voz.

— Lo he oído— dijo con un tono de voz sin emoción.

— ¡¿Se puede saber que demonios te pasa?!

San siguió callado con la cabeza gacha.

Yo no sabía cómo descargar la rabia. De buena gana lo habría agarrado por los hombros y lo habría zarandeado. Que me ignorara de esa forma me dolió más incluso que las palabras que le había oído decir a su madre en Busan. No me merecía que me trataran de ese modo.

— ¿Por qué me haces esto?— pregunté —. Ya sé que las cosas se nos fueron un poco de las manos, y siento haberte contado mis dramas. Pero fuiste tú quien insistió en que querías saberlo todo. Si ahora no te aclaras, es tu problema, pero eso no justifica que seas tan borde conmigo. Lo mandarás todo a la mierda, San. Todo.

— ¿No te has planteado que quizá es mi única opción?— preguntó en voz baja.

— ¿Tu única opción? ¿Qué estás diciendo?— repliqué, todavía furioso.

Él se quedó mirando la bolsa que tenía en la mano.

— Que es lo único que sé hacer.

— Esa es la mayor tontería que he oído en toda mi vida.

Sin darme cuenta, mi tono de voz se había moderado bastante.

De improvisto, San se puso de pie. Dejó caer la bolsa de guisantes al suelo y dio un paso hacia mí.

— Soy un gilipollas, Woo— dijo con una calma inquietante y una expresión impenetrable en los ojos—. Soy un tremendo gilipollas sin remedio, capaz incluso de pegarle un puñetazo a su mejor amigo. Ve acostumbrándote de una vez a que esto no cambie, porque no lo hará.

— No le has pegado a Seonghwa porque seas un gilipollas, le has pegado porque no soportas verme con otro tío.

— Sí.

— No te aclaras porque has experimentado algo sobre lo que nunca hablas y...— De repente me detuve y me lo quedé mirando perplejo—. Perdona, ¿qué has dicho?

San dio otro paso hacia mí.

— Que sí.

Con eso no había contado.

— ¿Y qué significa eso?

Él respiró hondo, se pasó las manos por la cara unas cuantas veces y sacudió la cabeza. Luego se quedó quieto unos segundos, sin decir nada.

Cuando por fin dejó caer las manos, su expresión ya no era ni inaccesible ni llena de determinación, sino simplemente... afectuosa.

— Sí, Woo, sí. Cuando te he visto con Seonghwa me he vuelto loco. Sí, estoy confundido y todo me da un miedo atroz. Sí, desde mi ex he sido incapaz de comprometerme con nadie más y, sí, odio que tú despiertes en mí esa necesidad de mostrártelo todo, de dártelo todo.

Sin darme cuenta, me quedé sin aliento. Noté los latidos del corazón en los oídos mientras lo miraba boquiabierto, absolutamente incapaz de reaccionar.

— Me desconciertas, me rompes los esquemas. No quería dejar que nadie se acercara tanto a mí nunca más, pero tú lo has conseguido de todos modos. Me pones de los nervios de tanto hablar, a veces me entran ganas de pegarte los labios con pegamento. No soy un tipo sano, y no quiero implicarte en mis mierdas, porque sé que ya tienes bastante con lo tuyo, pero... Joder, Woo, estoy loco por ti.

Me puso una mano en la mejilla con mucha ternura. Le temblaban los dedos, y me di cuenta de lo mucho que se estaba conteniendo. Empezó a acariciarme la piel con los pulgares y la sensación se extendió de repente por todo mi cuerpo.

Cogió aire antes de continuar.

— Estoy absolutamente loco por ti.

— Pero... pero si le dijiste a tu madre que...

No encontraba las palabras, su mirada era tan intensa que me absorbió por completo y sólo pude tragar saliva.

— ¿Qué querías que le dijera? Ni siquiera sabía lo que había entre nosotros dos. Tú no conoces a mi madre, se habría quedado preocupada por mí. Pero pensar que no te deseo por culpa de tu pasado... Woo, menuda locura. Para mí, eso solo te hace más fuerte. Admiro tu valor, tu fuerza, y te agradezco muchísimo que confiaras en mí.

— Pues a partir de entonces no me miraste ni una sola vez— dije desconcertado y sin moverme del sitio en todo el rato.

— Porque me daba miedo perder el control de mí mismo. No tienes ni idea de lo que me ha costado controlarme estas últimas noches y no entrar en tu habitación para estar contigo. Te deseaba tanto...— dijo sin apartar los ojos de mí ni un momento—. Y tengo muy claro que quiero estar a tu lado cuando necesites que alguien te apoye.

— ¿Es una broma?— balbuceé.

— Soy un capullo y no creo que haya ni remedio ni esperanza para mí. Pero me gustaría ser el capullo al que puedas recurrir siempre que lo necesites. El que te lleve de excursión cuando ya no soportes más quedarte en casa. O el que te acompañe a tu pueblo cuando vayas a ver a esos padres tan chiflados que te ha tocado tener.

La conversación tomó un rumbo completamente distinto del que yo había esperado. Me había acostumbrado a encontrar a un San cerrado e inaccesible, y en cambio en  esos momentos me estaba diciendo todo aquello que me estaba acelerando cada vez más el corazón.

— ¿Y cómo sé que mañana no sentirás algo completamente distinto? ¿Qué pasa con las reglas?

Por unos instantes me planteé seriamente la posibilidad de dar media vuelta y marcharme, porque ya la conversación me estaba sobrepasando.

Sin embargo, San mantuvo a raya mi pánico asintiendo poco a poco y acariciando mis mejillas con los labios.

— A la mierda las reglas, Woo— me susurró—. Estaban destinadas a fracasar desde la primera vez que te vi.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora