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A la mañana siguiente me despertó un cosquilleo en la nuca. Parpadeé varias veces, pero sin abrir los ojos del todo. Todavía estaba agotado después de haber salido la noche anterior, por lo que decidí darme la vuelta y seguir durmiendo.
Entonces oí una risa grave.
Solté un gemido, agarré mi almohada y la lancé en dirección a la carcajada.

- ¡Fuera de aquí!
- Vengo en son de paz. Y traigo café.

Al ver que no podía hacer nada para evitarlo, me senté en la cama. Me froté la cara un par de veces con la esperanza de despejarme un poco y luego busqué mis gafas en la mesilla y me las puse. Sólo las necesitaba cuando se me cansaba la vista, pero en determinadas ocasiones me ayudaban a ver las cosas con más claridad. Cuando conducía, por ejemplo. O por las mañanas, cuando un chiflado le daba por interrumpir mi sueño demasiado temprano.
Una taza apareció justo delante de mis narices. Tras ella, San me miraba fresco como una rosa. La palidez era el único indicio de una mínima resaca.

-¿A que debo el honor de que me sirva el café en la cama, señor Choi?- pregunté con un tono burlón mientras envolvía la taza con las manos para calentármelas.

Justo cuando me disponía a tomar el primer trago, noté un aroma que me resultó familiar. Me quedé de piedra.

- ¡Incluso me lo has preparado con la crema de leche aromática!

Él se encogió de hombros y se dejó caer en la silla de mi escritorio.

- Supongo que me siento culpable por lo de ayer.
- Menuda tontería -repliqué.

Lo único que había hecho había sido tratarlo como un amigo. No iba a dejar que pasara la noche durmiendo en el pasillo.

- Lo digo en serio. Gracias.
- ¿Te estás volviendo un blandengue o qué?- pregunté arrugando la frente-. ¿O estás intentando que muerda un anzuelo? ¿Me estoy perdiendo la letra pequeña?
- Ya empiezas otra vez con tus historias- replicó San negando con la cabeza.

Aparentemente estaba serio, pero el brillo en sus ojos reveló que en el fondo se estaba divirtiéndo con la conversación.
Tomé un trago generoso de café y suspiré complacido.

- ¿Tú no deberías estar hecho polvo y con una resaca terrible?

Aunque tenía la cabeza despejada y los cócteles de la noche anterior me habían sentado bien, quería saber si San tenía algún remedio milagroso para esos casos. Así, tarde o temprano llegaría un momento en el que agradecería saberlo, sin duda.

- Me duele la cabeza, pero creo que las aspirinas lo aliviaron un poco- dijo frotándose la cabeza-. En cualquier caso, tengo otra medicina que funciona a las mil maravillas para apaciguar la resaca.
- ¿Ah, sí? ¿Cuál?
San esbozó una amplia sonrisa.
- El aire fresco.

Al ver cómo le brillaban los ojos, enseguida negué con la cabeza.

- Ah, no. Aún tengo ampollas en los pies de aquella vez, creo que no sobreviviría a una segunda excursión contigo. A ver, me lo pasé muy bien y todo eso, si dejamos de lado el daño que me hice, pero...
- Conseguirás que prefiera sufrir resaca si sigues hablando tanto y tan rápido- se quejó, tapándose las orejas con las manos.
- Lo que quería decir- repuse poniendo los ojos en blanco- es que tengo que comprarme un calzado más adecuado antes de volver al monte contigo.
San señaló mi estantería.
- Ya me he ocupado de eso.

Mi mirada siguió la dirección hacia la que apuntaba su mano y me quedé de piedra. Después de asegurarme de que llevaba puestos unos pantalones de pijama, aparté la ropa de cama y me levanté. Fui hacia la estantería para ver mejor las botas que habían aparecido entre mis zapatos.
Unas botas de montaña.
De color marrón, con cordones y una suela gruesa, robusta.
San había conseguido unas botas de montaña para mí.
Desconcertado, me volví hacia él.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora