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Me miré en el espejo y solté un gemido. Mi aspecto reflejaba exactamente cómo me sentía.
Cómo un verdadero fracaso.

Tiré del dobladillo del pantalón negro que de repente ya no me parecía tan bonito como en Seúl, cuando lo había metido en la bolsa. Además de que los combiné con un suéter azul de punto ancho, constituían un conjunto nada adecuado para un evento nocturno en casa de los Jung. A mí me gustaba, y en condiciones normales me habría hecho sentir como pez en el agua, pero sabía perfectamente que mi madre solo sentiría desprecio al verme vestido de ese modo.

— ¿Te falta mucho?— dijo San desde el otro lado de la puerta, y yo no pude evitar soltar un suspiro.

Ya era la tercera vez que me lo preguntaba, iba siendo hora de que saliera del cuarto de baño.

Habíamos pasado la noche juntos, pero los dos estábamos tan agotados que nos habíamos quedado dormidos enseguida. Por la mañana nos habíamos despertado y habíamos desayunado, pero la sensación había sido de normalidad absoluta. Sobre todo porque él había vuelto a burlarse de mis gustos a la hora de tomar café.

Sin embargo, los ánimos entre nosotros habían cambiado, eso se notaba claramente. Me costaba mirarlos más de dos segundos sin pensar en lo que había pasado el día anterior. Me sorprendía una y otra vez deseando sus caricias de nuevo. Me había quedado con ganas de más.

Por eso se me ocurrió que sería buena idea dar un paseo y mostrarle algunos rincones de mi pueblo, aprovechando además de que las calles estaban bastante tranquilas. La mayoría de la gente estaba ocupada con los preparativos de Navidad, por lo que pudimos pasear con calma.

De todos modos, no tardamos mucho en llegar a la conclusión de que nos gustaba mucho más Seúl. Echamos de menos el aire fresco y la belleza del paisaje, realmente daba la impresión de que allí todo era frío y sobrio.

Por la tarde, de vuelta en el hotel, vimos el último capítulo de Juego de Tronos en el televisor gigantesco de la habitación, y luego empecé a prepararme. Me costó bastante que el peinado me quedara bien o decente. No quería ni pensar en lo que mi madre diría sobre mi ropa. En condiciones normales me habría pasado una semana entera buscando la combinación más adecuada para el evento en cuestión, hasta el punto de encargar piezas de diseño que costaban más que el alquiler de un año entero en casa de San. Lo que llevaba puesto en esos momentos, en cambio, por muy bonito que fuera, procedía en su mayor parte de tiendas de saldos y ofertas que había encontrado por internet.

Respiré hondo. Por mucho que temiera su reacción, lo cierto era que la ropa que llevaba era un símbolo más de mi independencia, algo que mi madre tendría que ir asumiendo poco a poco.

— Woo, ya sé lo que llevas puesto: he recogido tus cosas y te he hecho la maleta. O sea que no te molestes en montarme un drama para retrasar el momento— dijo la voz impaciente de San desde el otro lado de la puerta. Yo puse los ojos en blanco.

Me puse un par de mechones sueltos por los laterales de la cara para que el pelo no me quedara tan repeinado.

— Te pone nervioso ver la puerta del cuarto de baño cerrada, ¿verdad?— pregunté con una sonrisa mientras me acercaba a él.

San se me quedó mirando con los ojos más abiertos de lo habitual y recorrió todo mi cuerpo con la mirada sin decir ni una palabra. Tragó saliva un par de veces y abrió la boca como si quisiera decir algo. Pero de sus labios no salió ni un comentario. Eso sí que fue un cambio.

Él también estaba muy guapo. Llevaba una camisa de color azul, unos pantalones marrones un poco desgastados en algunas partes y unas botas de motorista oscuras. Habría ido a cualquier parte con él vestido de ese modo. Sólo había una cosa que me molestaba.
Di un paso adelante y le agarré las mangas de la camisa.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora