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Justo después de que Yeji saliera del cuarto, San subió mi bolsa y me la dejó junto a la cama.

— Gracias— dije, y no tuve más remedio que mirarle los brazos. Se había quitado la chaqueta de punto y se había quedado en camiseta, de manera que exhibía todos sus tatuajes, como a mí me gustaba. Desde que me había revelado lo que significaba cada uno de ellos, todavía me parecían más fascinantes. Maldito San, con sus malditos tatuajes.

— De nada.

Aparté la mirada de ellos y esbocé una sonrisa.

— Tu madre es genial. O, como diría Seonghwa, es la caña.

San frunció la nariz.

— No me lo recuerdes.

— ¿Tan exagerado es?— pregunté soltando una carcajada.

Puso los ojos en blanco y se sentó en la cama.

— No tienes ni idea. Cada vez que viene, se pasa tanto rato haciéndole la pelota y babeando tras ella que me entran ganas de vomitar.

— A ti hay muchas cosas que te provocan ganas de vomitar— comenté mientras echaba un vistazo a las paredes desnudas de la habitación, preguntándome qué pósters debía de haber tenido colgados. ¿Coches? ¿Bandas de rock? ¿Hombres desnudos?

— Es que hay un montón de cosas horribles en este mundo. Y entre ellas se encuentran las canciones esas que te gustan y el comportamiento de Seonghwa cuando mi madre está cerca.

Me volví y vi que sonreía. Nada más llegar a casa de su madre, San se había vuelto... manso.

— ¿Qué estás pensando?— preguntó enseguida al ver cómo cambiaba mi expresión.

— En lo feliz que te hace estar aquí.

La sonrisa desapareció de repente de su rostro.

— Me ha gustado verlo— continúe girándome de nuevo.

Di una vuelta por la habitación hasta que me topé con una Nintendo. Aunque parecía razonablemente limpia, lo cierto es que se veía bastante vieja. Me arrodillé y saqué la caja de cartón llena de juegos que había junto a la consola.

— Ya he olvidado que hay ahí dentro— dijo San a mi espalda. Se sentó a mi lado y me quitó la caja de las manos para vaciarla sobre la alfombra.

— ¡Menuda locura!

Con un brillo especial en los ojos, sacó el Mario Kart de la montaña de cartuchos. A continuación, se inclinó hacia delante y rebuscó por el estante que quedaba debajo del armario que contenía el televisor, donde encontró los mandos, y me tendió uno.

— ¿Te apetece echar una partida?

— Claro, pero tendrás que explicárme cómo se juega— respondí, alargando la mano para coger el mando que me ofrecía. Sin embargo, en lugar de soltarlo, San se me quedó mirando con la frente fruncida.

— No me digas que nunca has jugado a Mario... No puede ser. No lo dirás en serio.

La insistencia con la que me lo dijo estuvo a punto de arrancarme una carcajada. Oyéndolo, casi parecía que fuera una cuestión de vida o muerte.

— No, nunca he jugado a esto. Pero estaré encantado de que me desvirgues aquí y ahora— dije sin pestañear. Por fin había aprendido a decirle las mismas ocurrencias que él me solía decir con frecuencia. Le quité el mando de las manos y desenrollé el cable.

San sonrió.

— Será un placer, Woo. Un gran placer.

Encendió el televisor y conectó un par de cables sueltos antes de iniciar el juego.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora