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El Bellverton era el hotel más caro que conocía, y además reservé la habitación más lujosa que tenían disponible en esos momentos.

Mi madre seguramente ni siquiera se daría cuenta de que faltaba dinero en la cuenta corriente, pero el hecho de pasar la tarjeta de crédito por el lector como mínimo me proporcionó una pequeña satisfacción. Un empleado me condujo hasta la habitación y yo se lo agradecí con un movimiento de la cabeza y una propina exagerada. Arrojar por la borda el dinero de mi madre era la única posibilidad que me quedaba ese día de vengarme de ella, algo que deseaba hacer a toda costa.

En cuanto me quedé solo, me metí en la cama. Perdido en mis cavilaciones, acaricié el suave edredón y aspiré el aroma de la ropa recién lavada. Sobre la almohada encontré unos caramelos, como en casa de Yeji. Mis dedos se cerraron alrededor de mi móvil con más fuerza. Sabía que tenía que llamar a San, que se lo debía. Sin embargo, me daba demasiada vergüenza, después de haber caído en una de las viejas tretas de mi madre. Debería haber tenido en cuenta la posibilidad de que su llamada fuera puro teatro. Al fin y al cabo, sabía lo mucho que deseaba que yo estuviera presente en la gala. La idea de contarle a San todo ese drama me parecía horrible. Me avergonzaba de que me hubiera visto en ese estado en el que ni yo mismo soportaba verme. Y encima les había arruinado el día a él y a su madre por nada, después de todo.

Respiré hondo antes de marcar su número. Tenía un nudo en la garganta y la boca totalmente seca.

Descolgó antes del segundo tono de llamada.

— Wooyoung.

Oírlo pronunciar mi nombre fue liberador. Entorné los ojos, sintiéndome cada vez más ridículo.

— Hola.

— ¿Cómo estás?— preguntó, aclarándose la garganta. Oí un ruido de fondo, como si arrastrara una silla—. ¿Cómo está tu padre?

— Todo bien— respondí, y a punto estuve de atragantarme con las palabras que añadí a continuación—: Mi madre me ha mentido.

Al otro lado de la línea, San guardó silencio.

— ¿Que te ha qué?— preguntó al cabo de unos segundos.

— Sólo era una pequeña lesión que se hizo jugando al tenis— expliqué. Mi voz sonó monótona. Me froté los ojos sin comprender por qué habían empezado a picarme tanto justo en ese momento—. Tiene una distensión de ligamentos, pero aparte de eso está de maravilla. Se ha sorprendido al verme.

— Menuda víbora— dijo San, y pude imaginar perfectamente la expresión de su rostro, con la mandíbula tensa y el ceño fruncido—. ¡Es una víbora asquerosa!

Sonreí a pesar de todo. Así era San: si tenía que insultar a mi madre, la insultaba y punto. No podía imaginar a nadie mejor que él para charlar en momentos como ése.

— No pasa nada.

— Sí, sí que pasa. Y, además, es muy serio— respondió levantando la voz, y pide oír a Yeji de fondo, preguntándole algo—. No, su madre le ha contado una mentira para fuera a esa fiesta de mierda— le explicó San antes de dirigirse de nuevo a mí—: No te importa que se lo cuente a mi madre, ¿verdad?

Me encogí de hombros aun sabiendo que no podría ver mi reacción. Yeji se había preocupado tanto por mí que sin duda alguna merecía recibir alguna explicación, aunque también es cierto que no me apetecía que le diera demasiados detalles.

Yeji replicó algo más que no llegué a comprender y luego reinó el silencio de nuevo. San debía haberse movido a otra habitación.

— ¿Y tú cómo estás?

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora