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— ¡Son... tan... geniales!

A Yeosang casi se le salieron los ojos de las órbitas cuando descubrió los discos de música en el carro de la compra. Ya habíamos llegado a la sección de cubrecamas, pero los estampados chillones que veía por todas partes no me complacían lo más mínimo. Acaricié por última vez una de esas telas multicolores y me volví hacia mí nuevo amigo.
Había conocido a Yeosang justo antes de la charla de presentación de la universidad. Los dos habíamos llegado antes de tiempo y, mientras esperábamos a que se llenara el auditorio, habíamos empezado a hablar enseguida. Estaba bastante segura de que había sido cosa del destino. ¿Qué, si no? Después de todo,  Yeosang también era nuevo en el lugar, aunque él no se había mudado huyendo de su familia, sino de su exnovia que le había engañado después de seis años de relación. Simplemente había sentido la necesidad de marcharse. El caso es que allí estábamos los dos, comprando todo lo necesario para decorar nuestras habitaciones. Nos lo habíamos pasado muy bien durante las dos horas que habíamos tardado en llegar a Incheon, que de paso nos sirvieron para familiarizarnos con los alrededores de Seúl.

— Quédate una de esas con rayas— me dijo antes de desaparecer por el siguiente pasillo—. ¡O la amarilla!

Les eché otro vistazo a los cubrecamas. Quería decorar la habitación con una mezcla de estilos, pero los estampados no acababan de convencerme, prefería los diseños un poco más sombríos. Al final del pasillo vi una colcha negra, por fin algo de mi estilo.

— ¿Qué te parece esta de aquí?— le pregunté sosteniendo la colcha en alto.

Yeosang apareció por el extremo del pasillo para echarle un vistazo. Llevaba en la mano una lámpara de mesilla de noche.

— Sencilla y bonita. Encaja con el resto de las cosas— dijo levantando la lámpara —. ¿Y a tí qué te parece esto?
— Parece que la hayas sacado de la zona infantil.

Yeosang dejo la lámpara dentro del carro de la compra con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Bingo!— exclamó.

Sin duda, San se volvería loco si me viera llegar a casa con algo parecido. Aunque, por otro lado, lo cierto es que no le incumbía lo más mínimo cómo decidiera decorar su habitación.
Había tenido que pasar la semana anterior en el albergue ya que no me habían dado las llaves del apartamento, porque el inquilino anterior acabó tardando más de lo previsto en llevarse la cama. San me las había entregado esa misma mañana, y su actitud recelosa me hizo pensar que ya se arrepentía de la decisión que había tomado. En cualquier caso, era su problema, no el mío.

Ya con las llaves en el bolsillo, Yeosang y yo habíamos salido a comprar todo lo necesario para equipar y decorar la habitación a mi gusto. Llevaba ahorrando desde el instituto, reservando una parte del dinero que ganaba dando clases particulares o del que la familia me regalaba por mi cumpleaños y otras ocasiones por el estilo. Gracias a esa previsión, en esos momentos podía permitirme pagar todo lo que llenaba mi carro de la compra sin problemas. Además, tenía la cuenta corriente que mi madre había abierto para mí, aunque quería reservar ese dinero por si surgía algún imprevisto. O para cosas que eran absolutamente imprescindibles, como por ejemplo las tasas de la universidad. Al fin y al cabo, si me había ingresado todo ese dinero durante los últimos años era por algún motivo. Me ponía enferma pensar en el motivo que la había impulsado a hacerlo. ¿De verdad creía que conseguía sobornarme de ese modo? ¿Que al ver un par de billetes olvidaría todo lo sucedido? Pues lo llevaba claro. No obstante, aunque yo no estuviera dispuesto a dejarme comprar de ese modo, consideraba que gastar parte de ese dinero era lo mínimo que podía hacer como acto de venganza.
Respiré hondo y aparté todos esos pensamientos desagradables de mi mente.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora