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A la mañana siguiente, cuando salí para ir a la universidad, con unas profundas ojeras, San todavía no había aparecido por casa ni había respondido a mi mensaje. Estaba muy preocupado. El hecho de no saber cómo estaba me volvía loco. Y me dolía que, después de todo lo que yo le había contado sobre mí, no correspondiera a la confianza que le había demostrado. Por otro lado, lo comprendía. Sabía mejor que nadie lo difícil que resultaba abrirse en determinadas circunstancias.

Aunque apenas era capaz de soportar el dolor y el vacío insondable que se había abierto en mi interior, intenté que no se notara. A mis amigos les conté que me había resfriado y que por eso tenía mal aspecto. Los cambios de tiempo bruscos y frecuentes de los últimos días lo convirtieron en una excusa perfecta. No quería que empezaran a especular. A nadie le interesaba lo que sucedía entre San y yo.

En la universidad, a la hora de comer, fui incapaz de tragar ni un solo bocado, por lo que acabé dándole mi comida a Jimin.

— Gracias, cielo— dijo él con un suspiro antes de acercarse el plato—. Tú sí que sabes hacer feliz a un hombre.

Le pegó un mordisco al burrito con tantas ganas que buena parte de la salsa del relleno sobresalieron por el otro lado. Yeosang tenía el ceño fruncido, parecía contrariado, y empujó su plato hacia mí para que le cortara la carne en trozos pequeños.

Durante la última semana se había convertido en una especie de rutina entre nosotros, igual que mi pregunta de rigor:

— ¿Qué tal? ¿Cómo tienes los dedos?

— Durante el día bien. Lo peor son las noches, tengo que tomar calmantes. Y también si paso demasiado tiempo trabajando con el portátil— explicó antes de recuperar su plato—. Gracias.

— ¿Qué haces tanto rato con tu portátil?— preguntó Jimin con la boca llena—. Todavía faltan varias semanas para los siguientes exámenes y entregas.

Yeosang intentó pinchar un trozo de carne cogiendo el tenedor con la mano izquierda, pero soltó un gruñido de frustración.

— No es para la uni.

Jimin y yo nos miramos, llenos de expectación, pero él no hacía más que lanzar miradas de odio a su plato de carne.

— ¿Sino para...?— insistió Jimin.

— Bueno, otra cosa— replicó él. Dejó el tenedor con rabia y terminó llevándose la carne a la boca con los dedos.

Jimin resopló.

— Vamos, no seas tan crípt...

— Wooyoung— lo interrumpió Yeosang—. ¿Cómo te va con tu enamorado?

Me estremecí. Sobre todo porque tenía remordimientos de conciencia por el hecho de no haberle contado nada sobre el incidente de la noche anterior. Había estado a punto de llamarlo cuando, preocupado por San, llegué al extremo de no aguantar más tiempo solo en el piso. Pero Yeosang ya se había visto implicado en nuestro drama y el desenlace había sido accidentado. Por nada del mundo quería que se rompiera otro hueso por mi culpa.

— Muy bien— me limité a responder. Y al parecer me creyó.

Por la tarde, no me atrevía a regresar a casa. Me daba demasiado miedo la posibilidad de no encontrar allí a San. Estuve deambulando por el campus un buen rato, paseando sin rumbo fijo, y luego fui a la biblioteca para recoger unos cuantos libros que necesitaba para un trabajo y me quedé allí y empecé a preparar una presentación que debía tener lista al cabo de unas semanas. Mi nivel de desesperación era realmente preocupante. Sin embargo, cuando cerraron la biblioteca no me quedó más remedio que volver al piso.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora