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La primera mañana en mi piso nuevo fue genial. Al menos, hasta que me di cuenta de que no tenía cafetera y mi estado de ánimo decayó un poco. Intenté librarme del sueño con una buena ducha, pero no tuve el valor necesario para hacerlo con agua fría, por lo que los efectos fueron más bien moderados.

La noche anterior, San acabó regresando a su piso después de que llegáramos a la conclusión de que era la decisión más adecuada. Sin embargo, debo admitir que me habría gustado retenerlo en casa y no dejarlo salir de nuevo, aunque todavía estaba dolido por la manera en que me había tratado. Eso y el hecho de que viviéramos en pisos separados marcaba una diferencia significativa en nuestra relación. Estaba convencido de que lograríamos reconstruirla, pero sin duda sería necesario que pasara algún tiempo.

Me estaba lavando la cara cuando llamaron a la puerta. Sorprendido, eché un vistazo a mi móvil para ver si Yeosang me había mandado algún mensaje anunciando que pasaría a recogerme para ir juntos al campus o algo parecido. Pero en la pantalla no había ni una sola notificación.

Fui corriendo hacia el portero automático y descolgué el auricular, pero solo se oían interferencias. A través de la mirilla de la puerta tampoco pude ver a nadie. Por si acaso, abrí la puerta apenas un resquicio y solté un aullido de sorpresa.

Había una cafetera sobre el felpudo de la entrada. Cuando me agaché para verla de cerca, me di cuenta de que no era una cafetera cualquiera, sino la cafetera de San. No tenía ninguna duda, lo supe por la muesca que tenía la bandeja de goteo, ya que se la había hecho yo mismo. Poco después de mudarme a su casa había intentado limpiarla y se me había caído al suelo. Por ese pequeño accidente, San se había mostrado bastante arisco durante una semana entera.

En su momento, eso me había puesto de los nervios, pero ese día, volver a ver la muesca en la cafetera despertó un cosquilleo en mi estómago.

Junto a ella había una caja de cartón de color azul. La abrí con la frente arrugada y, al ver lo que contenía, no pude reprimir un grito de alegría. Dentro había varias botellas de crema para el café de diferentes sabores, desde menta hasta coco, pasando por vainilla; había una variedad impresionante que me duraría varios meses.

Abracé la cafetera y la caja de cartón como si fueran viejos amigos, frotando la mejilla contra ellos. Luego me lo llevé todo a la cocina y busqué un enchufe libre. Poco después, llené una de mis tazas nuevas con café recién hecho y, puesto que no me decidía por un solo sabor, le añadí crema de leche de dos sabores distintos. Me hice un selfie con la taza frente a los labios y los ojos cerrados de forma placentera y se la mandé a San con una carita sonriente como único comentario.

La respuesta no tardó ni un minuto en llegar:

"¿Qué sabor has elegido?"

Sonreí y di otro sorbo a mi café mientras escribía la respuesta con la otra mano:

"Coco y caramelo"

"Se me ocurren pocas combinaciones más asquerosas"

Seguramente no perdería la amplia sonrisa que había aparecido en mis labios en todo el día.

La segunda sorpresa llegó cuando fui a buscar mi coche. Las temperaturas habían descendido por debajo de los cero grados, por lo que ya me había mentalizado para rascar el hielo que sin duda encontraría pegado al parabrisas. No obstante, cuando llegué al coche me di cuenta de que alguien ya lo había hecho por mí.

Me aparté la bufanda de la cara y me lo quedé mirando desconcertado. No fue hasta que hubo pasado un momento cuando se me ocurrió que tal vez había sido San, aprovechando que me había dejado la cafetera en casa.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora