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No me besó.

En lugar de eso, sus labios se detuvieron sobre mis mejillas, como si esperaran alguna respuesta por mi parte. Desgraciadamente, hacía ya un buen rato que no estaba en condiciones de pensar con claridad, y mucho menos teniéndolo tan cerca.

El corazón me latía a toda prisa y apenas podía respirar de tanto que anhelaba su contacto. Casi me dolía y todo.

— ¿Que estás loco por mí?— susurré con incredulidad.

— Bastante loco, sí. Aunque a veces eso me hace dudar de mis facultades mentales. Por ejemplo, cuando pienso en eso tan asqueroso que le añades al café, o en los CD de Ateez... Oye, ¿sabes qué te digo? Ahora que lo pienso...

No dejé que siguiera hablando: le envolví el cuello con los brazos y le di un beso.

San soltó una exclamación ahogada y se quedó sorprendido durante unos instantes, como si mi reacción lo hubiera cogido por sorpresa. Luego me puso las manos en la espalda, con mucho cuidado, como si corriera el riesgo de romperme si me agarraba con demasiada fuerza, y correspondió a mi beso. Fue un beso lento, profundo, y el cosquilleo que despertó recorrió mi cuerpo entero, desde el pelo hasta la punta de los pies.

Lo había echado mucho de menos.

Me besó de nuevo, poco a poco, y fue un beso profundo que me prometía mucho más que una simple conexión física.

De repente, me vi superado por todos esos sentimientos y sensaciones con los que no sabía qué hacer y sucedió lo inevitable.

Empecé a llorar.

Cuando San se dio cuenta, no se burló de mí. En lugar de eso, me acarició la cara, me secó las lágrimas a besos y ahuyentó con su poderosa presencia todos mis recuerdos oscuros para dejar sitio a los nuevos.














Cuando me desperté, lo primero que noté fue el aroma del cuerpo de San. Lo segundo que hice fue constatar que no se había apartado de mí desde la noche anterior. Estaba tendido a mí lado, con un brazo sobre mi barriga y la cara encima de mi hombro, mientras que nuestras piernas se entrelazaban bajo la colcha hasta el punto de que no podía moverme. Cerré los ojos y me concentré en la respiración regular y sosegada que notaba en la cabeza.

¿Quién habría imaginado que a Choi San le gustaba dormir acurrucado?

Un revoloteo de emoción se extendió por mi pecho y sonreí en silencio, pegado a la almohada. Aquella sensación era increíble, estaba en la gloria. Todo encajaba a las mil maravillas. Después de la noche anterior me sentía todavía más unido a él porque los dos habíamos bajado por fin los escudos tras los que nos habíamos estado protegiendo. San lo sabía todo sobre mí y me quería de todos modos. Una vocecita en mi interior me pedía cautela, pero decidí ignorarla.

— Si sigues pensando tan alto, no puedo seguir durmiendo— gruñó San a mi lado—. Para ya.

Me reí sin volverme.

Reaccionó pegándose todavía más a mí y recorriendo mi cuerpo con la mano, deteniéndose antes de llegar al pecho. Sus dedos acariciaron mis costillas y sus labios me besaron tras la oreja.

Me estremecí.

— Tengo debilidad por tu risa— murmuró medio dormido, y acto seguido hundió la nariz en mi pelo—. Si te soy sincero, tengo debilidad por ti en general.

No pude evitar reírme de nuevo.

— Menuda coincidencia. Yo a ti también te encuentro bastante soportable.

Al cabo de un segundo ya me había tendido de espaldas de un tirón y se había colocado encima de mí. Tenía el pelo revuelto y la cara arrugada de un modo encantador. La mayoría de las veces, San se levantaba antes que yo, por lo que verlo de ese modo fue una verdadera primicia para mí.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora