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Yeji salió a recibirnos con una sonrisa radiante cuando, a primera hora de la mañana, entramos por el camino de acceso a su casa.

San me había pedido hacer una breve parada en casa de su madre. Al fin y al cabo, no habían podido pasar juntos Navidad.

Yeji abrió la puerta del coche por mi lado antes incluso de que San hubiera puesto el freno de mano, y enseguida me envolvió entre sus brazos.

Tuvo la delicadeza de no hacer ningún comentario acerca de mis oscuras ojeras, y se limitó a lanzarle una larga mirada a San.

Ya en la sala de estar, encontramos la mesa puesta y me senté en una silla con una gran sensación de alivio. Los últimos días habían sido estresantes y necesitaba un poco de calma con urgencia. Los poco minutos que había pasado dormitando durante el vuelo, apoyado en el hombro de San, no me habían bastado ni mucho menos para recuperarme.

— Los hijos de mi novio me cayeron bien— dijo Yeji mientras nos servía café.

— Me alegro— repuso San.

— ¿Qué edades tienen?— pregunté mientras me añadía un poco de leche a la taza.

— Trece y diecisiete— respondió Yeji, que se había sentado frente a mí—. Estaba hecha un flan, os lo aseguro.

Me sentí cómo si estar allí sentado, desayunando con San y su madre, fuera la cosa más normal del mundo. Con ello me sentía bienvenido, aceptado, aunque eso solo me hizo lamentar más el hecho de haberles arruinado el día de Navidad.

— Siento haberos causado tantos problemas— me disculpé, incapaz de sentirme en paz si no lo hacia—. No era mi intención.

A mí lado, San resopló y puso los ojos en blanco.

— No le des más vueltas. Fue una emergencia, y mi novio lo comprendió perfectamente. Me alegro de que tu padre esté bien— dijo Yeji, alargando la mano por encima de la mesa para darme un cariñoso apretón en el brazo—. Además, la comida que había preparado no habría alcanzado para todos. Había olvidado lo mucho que pueden llegar a engullir los adolescentes— explicó, y llenó la sala entera de carcajadas—. A ver si me acuerdo de tenerlo en cuenta la próxima vez.

Estoy seguro de que solo lo dijo para hacerme sentir mejor, pero agradecí sus palabras de todos modos. Me volví hacia San y lo encontré con una mirada sombría clavada en el fondo de su taza. Seguía tenso desde la noche anterior, y el rostro no se le había iluminado con una sonrisa franca ni una sola vez desde que habíamos mantenido aquella conversación. Durante todo el viaje de vuelta, apenas habíamos intercambiado alguna palabra. Podía entender que se sintiera mal por culpa de mi historia, a mí me habría sucedido lo mismo, como no podía ser de otro modo. Sin embargo, el hecho de que se mantuviera tan distante me dolía. Especialmente porque había albergado la esperanza de que... No, ni siquiera me permití finalizar el pensamiento.

Yeji nos iba mirando con curiosidad, ahora a San, ahora a mí, pero sin llegar a comentar en ningún solo momento ese ánimo extraño que percibió entre nosotros dos. En lugar de eso, empezó a contarme que había conocido a su novio en la sala de espera del dentista. Resulta que Yeji y él cogieron la misma revista por lados opuestos y luego no pudieron parar de dedicarse sonrisas. Cuando lo llamaron a él para que entrara en el consultorio, él le dio la revista en cuestión al pasar. Con su número de teléfono escrito en la portada. Me pareció increíblemente romántico.

Después de desayunar, San subió al piso de arriba para coger sus cosas mientras que yo ayudaba a su madre a quitar la mesa y a guardar la comida de nuevo en la cocina.

— Se preocupó mucho por tí, Wooyoung— soltó Yeji de repente mientras cogía el queso que yo le tendía.— Nunca lo había visto de ese modo. Era incapaz de quedarse sentado más de un minuto seguido.

Empezar (Woosan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora