5. Sigue la luz, pero no la de la muerte, sino la de los misterios

45 12 9
                                    

Eran alrededor de las... ¿Once o doce de la noche? 

No tenía las ganas de averiguarlo ni tampoco de dormir.

Había algo que me inquietaba, por lo que me era imposible conciliar el sueño.

Y sabía qué me lo provocaba: número Cinco, el desquiciado. Apenas era la primera noche con él viviendo en nuestra casa y yo ya estaba de que me volvía paranoica. No sabía cómo explicarlo, pero sin duda ese chico me traía malas vibras, y peor recordando mis interacciones con él en la mañana; cuando me enfrenté a él en combate enfrente de mi familia, cuando por poco muero de atragantamiento por su culpa... Cuando me salvo la vida... Dah, eso no. O cuando tuve su cercanía a una distancia peligrosamente cerca.

O... Cuando por poco convertimos la Academia en cenizas.

De ahí en todo el día no he vuelto ha saber algo de él. Se limitaba a desaparecer a menos que fuera en la cena, donde mayormente se mantenía callado. En realidad, eso lo hacíamos todos, y la única voz que hablaba era la del locutor de la radio de Reginald. Pero que al terminar, era de los primeros en huir a su habitación o donde fuera que se metiera.

¿Qué fue lo que dijo en la mañana antes de irse de la cocina?

«Tengo cosas que hacer»

¿Por qué estoy malinterpretando una simple frase que cualquier ser normal pudo haber dicho?

¿Porque esa frase sale de la boca de alguien sospechoso?

Hmm... 

Opino que...

Me iré a lavar la cara.

Soñolienta, me levanto de mi cama y camino en calcetines hasta salir por la puerta de mi habitación, cuidando de no tropezarme con algún mueble. Me bastó la experiencia de la caída que me di la otra vez.

El punto es que si no me levanto para ir a hacer otra cosa para distraer mi mente, ésta no pararía de pensar en suposiciones con las que podría irme despidiendo de tener una buena noche de sueño profundo. Literalmente no dormiría y amanecería con una maldita cara de drogadicta o de mapache por las ojeras. 

Y honestamente, odiaría infinitamente que eso pasara.

Vamos, T/n. Déjalo en paz, no es de tu incumbencia ni tu responsabilidad, así que, ¿Qué más da? Mándalo directito al carajo.

Seguro que de allá venía para atormentarme.

Entré al cuarto de baño y encendí la luz. Maldecí por enésima vez al hecho de que la potencia de luz me cegara los ojos por un instante.

Demonios, cuanto odio vivir.

Abrí el grifo de la llave del lavabo y sumerjí la cara entre el chorro de agua fría. Maldigo una vez más. ¿Por qué se me ocurrió mojarme la cara si lo que quiero es dormir, pero con esto sólo voy a conseguir quitarme más el sueño?

Porque existe gente inteligente... Y luego estas tú, querida.

Bueno, pues si me disculpan iré saludando a las ojeras de mapache.

Apagué de nuevo la luz del baño, lista para disfrutar del insomnio por el resto de la noche, pero por algún motivo no alcancé a dar un paso más. Algo llamó mi atención por el rabillo del ojo.

El cuarto de baño estaba frente al pasillo de las puertas de nuestras habitaciones, todas tenían nuestro número en el centro para indicar que esa habitación le pertenecía al hermano que tuviera su mismo número. Todas las puertas estaban cerradas, claro, pero aún así había un orificio debajo de ellas donde en una puerta en especifico, se colaba una débil luz amarilla.

The HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora