22. Noche imprescindible

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Esa misma noche permanecí mirando mi ventana abierta como de costumbre.

Hace unas horas exactamente la voz se corrió y todos se enteraron de mi partida. Excepto Pogo o mamá quienes seguramente ya lo habían discutido antes con papá. Pero mis hermanos no se lo tomaron a la ligera.

Algunos de ellos —por no decir todos— se apuntaron para hablar con papá, con el anciano que infringía temor hacia todos, y aún así tomaron el riesgo por mí. Inclusive Luther, quien suele ser el títere número uno de papá. De hecho, fue de los primeros en proponer hacerlo cambiar de opinión. Eso definitivamente no lo esperé y vaya que oprimió mi corazón.

¿Cómo se supone que me iré ahora sin extrañarlos aún más?

Sí, eran unos idiotas inmaduros que me sacaban de quicio constantemente, y por eso iba a extrañarlos. Iba a extrañar no tener a nadie molestándome por ahí porque en algún fondo mío no tan profundo, no odiaba que lo hicieran. Eran mis hermanos, no de sangre, pero hacían ver que sí, incluso mejor.

Y de pronto, las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos. Apreté los párpados y arrugué la sábana contra mí. No lloraba demasiado, pero llorar por mis hermanos me era una buena razón para hacerlo.

Estaré lejos de ellos...

Me perderé de muchos recuerdos nuestros futuros...

Si algo le pasa alguien... ¿Dónde estaré yo para impedirlo? ¿Dónde estaré para acompañarlos?

¿Despertaré todos los días con el silencio de su ruidosa presencia?

Tenía que dejar de pensar en eso o mis silenciosos y discretos sollozos se tornarían ruidosos posiblemente despertándolos a todos. Pero ya era un poco tarde.

El simple hecho de recordar mis maletas hechas esperándome en la puerta de mi silenciosa habitación y lo que implicarían, me ponía depresiva, por lo que mis lágrimas no tardaron en intensificarse al punto de que mis sollozos se volvieron ligeramente más ruidosos. Quizá me miraba como una chica fuerte, una a que no podrías imaginártela llorando. Sin embargo, aquí estaba, haciéndolo porque me negaba a desvincularme de mis hermanos cuando nunca nos habían separado, no cuando lo hacíamos todo juntos. La familia es algo de lo que nunca estás listo para separarte. Menos cuando en este tiempo no tendré manera de comunicarme con ellos más que una simple corta llamada una vez a la semana. Y no tenía idea de cuantas semanas pasaría viviendo de sólo llamadas.

En medio de mi ruido mental que me deprimía hasta hundirme cada vez más y más entre lágrimas, me pareció escuchar un murmuro. Puesto a que mis párpados seguían apretados mientras abrazaba con fuerza la sábana no me dieron muchas ganas de mirar. Algo de mí me aseguraba que eran alucinaciones mías.

Pero, de nuevo, el murmuro resonó otra vez. Eso definitivamente hizo que me distrajera de mis pensamientos depresivos y me concentrara en ese sonido, ya que no podía ser de nadie porque se supone que teníamos prohibido estar despiertos a altas horas de la noche.

Mira, tú siendo el gran ejemplo de eso.

Pero entonces distinguí mejor el sonido, y ya no se escuchaba como un murmuro, sino como un...

—¡Shhht!

Me incorporé, sobresaltada, para prender rápidamente mi lámpara de noche porque ese último «shhht» sonó demasiado fuerte, como si se hubiera hartado de que fuera lo suficientemente sorda para no darme cuenta de que me estaba llamando.

—¡Hey! ¿Qué te he dicho de prender la maldita luz? — susurró por lo bajo con enfado desde la puerta entreabierta de mi habitación.

Inmediatamente me limpié las lágrimas de las mejillas y apagué la luz, colocándome las pantuflas a toda velocidad para acercarme hasta la puerta.

The HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora