21. Ironía de mierda

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Me encontraba sentada en esa silla de cuero elegante que tanto le gustan a papá frente a su escritorio. No podía negarlo, me sentía intimidada estando en este lugar. En especial porque no sonó muy amigable en el momento en que me llamó aquí.

—¿Sabes por qué estás aquí? — preguntó tranquilamente sin mirarme, estaba muy ocupado hojeando unos papeles.

No, no tenía ni remota idea.

—Porque... ¿Me desmayé seis días y falté al entrenamiento?

Levantó un instante la mirada de sus papeles para postrarla en mí. Fue una mirada analizante, de esas que solía hacer cuando se trataba de un momento serio y no estuviera de humor para chistes.

—El motivo por el que te encuentras aquí es por que antes de enviarlos a la misión de los terroristas mencionaste algo que me intrigó mucho que supieras, ya que era imposible considerando que no estabas consciente para saberlo.

Ay, no.

De pronto había sentido mis huesos congelarse. ¿Por qué ahora me intimida tanto el viejo? Antes solía darme igual, pero supongo que desde que tuve esa visión sobre él y sus mentiras... Algo de mi perspectiva hacia él ha cambiado radicalmente. Ahora sé que oculta un sin fin de cosas, y no sólo las que he descubierto, sino unas mucho más turbias...

—E-Ehh... No lo recuerdo. Quizá el gasto de energía en la misión me alteró un poco la memoria — usé estratégicamente la situación a mi favor, pero por alguna razón el viejo siempre sabía cómo ponérmela patas arriba.

—Entonces déjame refrescarte la memoria — apiló sus papeles a un extremo del escritorio y después se dirigió enteramente a mí —. Mencionaste algo de que si alguien salía herido podía suministrarle sangre de otro de sus hermanos para su supervivencia. Todo con tal de no excluir a número siete de la misión.

Tragué saliva y me esforcé en sonar firme con mis respuestas:

—No me parece adecuado excluir a las personas.

—El punto, número ocho, no es ese. La cité aquí porque dijo algo que llamó mi atención: lo de suministrar sangre mágica para salvarlos, es decir, sangre como la tuya y la de tus hermanos. ¿A caso tienes alguna idea de lo que pasó aquel día?

—¿Qué tendría qué saber además de que me desmayé en aquella misión pero que no fue nada grave? — mentí nuevamente, no podía exponer que mi hermana nos lo contó.

Papá dejó de mirarme volviendo a acomodar sus malditos papeles que me estaban poniendo nerviosa. Deliberadamente ignoró mi falso aseguramiento como si de alguna forma supiera que estaba mintiendole.

—Número siete me preocupa tanto como a tí — sí, como no —. Sin embargo fuiste tú quien quiso arriesgarse a ponerla en peligro sabiendo que no está mental ni físicamente preparada para cualquier misión. En especial cuando estuvo saltándose sus entrenamientos cuando número Cinco estuvo dándoles clases.

Ya no preguntaré cómo es que lo sabe.

Me quedé hecha piedra, ni afirmando ni negando nada. Sólo silencio, y sabía que eso a él le molestaba. El que no pudiera dejar de ser cobarde y dar la cara a sus acusaciones, mas yo sabía que si lo hacía sólo iba a conseguir extender la charla y hacer que se volviera peor.

—Ahora está en una especie de coma por fatiga excesiva de energía. ¿A caso no les he enseñado lo suficiente como para ser más listos con sus decisiones? ¿Cómo pudieron permitir que pasara esto? ¿Son conscientes de lo que hubiera pasado si alguno de ustedes no hubiera resistido un segundo más?

—Era la única forma de resolver el problema — nos excusé, tensa.

Pero él nuevamente me ignoró.

The HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora