25. Que ingenua eres, T/n Hargreeves

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—Por favor, dime que no me va a tirar.

Tenía los ojos apretados, consumida por el miedo. ¿En qué momento pensé que podía ser buena idea aceptar la propuesta de Enzo de salir a cabalgar? Efectivamente, lo única clase que Reginald no nos inculcó a aprender fue cabalgar, y es porque en la ciudad no habían muchos sitios con caballos, sinceramente.

Enzo se rió a mi lado, montado sobre su corcel color café oscuro, muy precioso y elegante.

—Miriam normalmente acostumbra a tirar a las jinetes extrañas con superpoderes pero tranquila, que si no te ha tirado aún es porque le agradas.

Me forcé a despegar un ojo para mirarlo.

—¿Y se supone que eso debe tranquilizarme?

—¡Vamos, sólo bromeaba, hermanita! Puedes relajarte. Si Miriam va en compañía de Gaspar que es como su crush — palmeó el cuello de su corcel, refiriéndose a él —. Apenas se acordará que te tiene como jinete. Es por eso que lo traje a él.

—No estoy muy segura de si eso me consuela pero... Aprecio la intención.

—Siempre tan divertida — Enzo sonrió, negando con la cabeza —. ¿Quieres ver lo rápido que sabe correr Miriam? — tornó un gesto malvado.

Yo, por mi parte, ansié que estuviera bromeando.

—¿Hablas enserio? ¡Apenas me he montado con vida en ella! ¿Ahora quieres que corra?

—Es un poco curioso — comenzó a avanzar un poco en su caballo —. T/n Hargreeves, una superheroína que combate crímenes de alto riesgo es finalmente derrotada por un simple caballo — por la forma en que apretaba sus labios me daba la impresión de que estaba conteniendo una risita.

Hice lo mismo que él; le di la orden a Miriam —una hermosa yegua color gris de bastante carácter— para avanzar y seguirle el paso a Enzo y a Gaspar.

—Oye, si lo dices así sí suena muy ridículo — confesé.

—Entonces, ¿Qué te parece una carrera hasta el manzanal de allá? — me retó extendiendo el brazo hasta señalar un frondoso árbol de manzanas en la cima de una colina verde.

Analicé la meta, estaba a varios metros de distancia, por lo que iba a ser una carrera un poco larga y con un tramo empinado para subir la colina, ¿Qué tan difícil podía ser?

—Hagámoslo — declaré.

Enzo sonrió de oreja a oreja.

—¡Genial! Te veré en la meta, hermanita — y el condenado salió corriendo.

—¡Oye! ¡Tenías que esperar! — puse en marcha a Miriam, tratando de no tragarme el polvo que el otro provocó con su partida.

Me aferré con fuerza de la yegua a medida que cada vez corría con mayor velocidad. Al principio estuve tan sujeta a ella que relinchó en reproche, ya que probablemente estaba impidiéndole más rango de movimiento y velocidad por lo que, después de soltar una exhalación profunda, suavicé el agarre en ella, siendo testigo de cómo ésta se relajó también y corrió con mayor naturalidad.

—Escucha, sé que no somos amigas de toda la vida pero tenemos que ganar esta carrera. Juntas — por un instante pensé que soné muy loca hablándole a un caballo, pero fue todavía más loco cuando Miriam respondió con otro relinchido y aceleró el paso, tanto que me adherí con mayor fuerza a las riendas y me agaché un poco más.

Conforme ella corría, miré abajo. El sendero de tierra se desplazaba a gran velocidad a medida que avanzábamos, con los árboles no era tan distinta la historia hasta que finalmente alcanzamos a Enzo, yendo los dos a la par.

The HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora