2. Una bienvenida no tan bienvenida

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No sabría cómo describirme ahora.

Realmente no hay mucho por decir pero a la vez sí.

Sé que afuera está lloviendo y que miro con cara de aburrida las gotas que chocan contra mi ventana. Hace un tiempo me parecía algo tonto que algunos imaginaran una carrera de gotas en la ventana. Ahora, de manera casi irónica, estoy haciendo lo mismo, imaginando la carrera ahí en mi ventanal.

Tampoco es que tuviera mucho que hacer como para pensar en algo mejor.

En este preciso momento mis hermanos están en la hora de entrenamiento, pero ¿Por qué no estoy con ellos? Pues muy simple, estoy castigada.

Sí, el anciano me mandó a encerrarme en mi habitación como una chiquilla malcriada todo por querer esforzarme por ser la típica heroína del día. Y digo esforzarme porque es evidente que fracasé, y no sólo manché mi reputación sino la de mi familia entera porque gracias a haberme saltado la norma de no trabajar por mi cuenta —de perseguir al tipo que estuve y estoy segura de que tenía algo que ver con esos narcos— sólo terminé abandonando mi puesto en la sala donde luchábamos todos, debilitando así las fuerzas de mi familia contra el enemigo.

Aunque claro, eso se hubiera compensado si hubiera logrado descubrir el centro donde se encontraba resguardada la junta de narcos. Después hubiera ido de nuevo a donde mi familia y ayudarlos a eliminar el ejército y posteriormente conducirlos hasta los verdaderos narcos para darles una buena patada en el trasero, y como final a este bonito relato seríamos los héroes a los que la gente aplaudiría, y más aún, la reputación y respeto de mi familia hacia mí crecería bastante por que sí, la validación de papá es lo único que nos motiva a mí y a mis hermanos. No estoy muy segura de por qué necesitamos su aprobación pero si sé que te sientes poderoso y alguien que puede servir de algo cuando Reginald, —ese viejo con complejo de iceberg sin sentimientos— te dice por primera vez una palabra de halago.

Pero por lo visto, ese no fue el resultado que obtuve pero que estuve tan cerca de conseguir de no ser por la maldita aparición del chico cuyo nombre no me detuve a preguntar y que no me interesaba saber.

Así que, gracias a él ahora somos a los que les vieron la cara de imbéciles. Esos narcos lograron escapar y ahora deben estar riéndose a carcajadas de nosotros.

Y ahora estando a tres días de lo que pasó, yo sigo aquí castigada, lamentándome la vida y llorando sobre mi propio charco de lágrimas en estas cuatro paredes.

Me siento tan sola a pesar de que disfruto de la soledad.

La cosa es que un castigo me restringe de ver a los demás, y se basa simplemente en quedarme aquí sola en lo que a papá le dé por apiadarse de mi, — cosa para nada común en él —. La única a la que he visto en estos tres largos días de hacerme la idiota aquí es a mamá, que en realidad sólo viene a dejarme el almuerzo.

Hasta he podido levantarme más tarde y es lo único que me gusta del castigo. Excepto la parte en la que me siento rara de no realizar mis entrenamientos a las seis de la mañana. Supongo que es la costumbre por haber entrenado casi toda mi vida a esa misma hora.

Un repentino sonido me expulsa de mi burbuja de pensamientos cuando se escucha a alguien abrir mi puerta. Y me sorprendo todavía más cuando veo a mi querido hermano Klaus entrando por mi puerta, cerrándola cuidadosamente por detrás de sí.

¿Se había escabullido hasta acá? Según mi presentimiento aún no termina la hora de entrenar.

—¡Hermanita! — Klaus sonríe —. Hace siglos que no nos vemos, ¡Hasta tienes canas ya!

No me inmuto en decir nada más que ir a abrazarlo con todas las ganas. Luce patético porque son sólo tres días sin contacto con este tarado pero viéndolo de la forma en que nosotros estábamos 24/7 pegados como chicles, tres días ha sido como tres siglos.

The HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora