Capítulo 30

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MATTEO:

El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Me encontraba en el jardín de mi casa, una copa de vino en la mano, observando cómo el día se desvanecía lentamente. La casa estaba demasiado silenciosa, demasiado vacía. Era absurdo, pero ese silencio me enojaba. Ese sonido que faltaba, lo llenaba Isabel con su presencia, con su risa, con sus pasos suaves por los pasillos. Tal vez, solo tal vez, la extraña... No, no admitiría eso.

Sacudí la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos. No era el momento de distraerme con estupideces. Sin embargo, por mucho que intentara enfocarme en cualquier otra cosa, mi mente siempre volvía a ella, a la forma en que llenaba este lugar con una energía que ahora parecía tan lejana.

Estaba tan sumergido en mis pensamientos que no me di cuenta de que Nathan se acercaba. Escuché el ruido sordo de un objeto golpeando la mesa frente a mí. Alcé la vista, encontrándome con el rostro de Nathan, que esbozaba una media sonrisa mientras tiraba un periódico sobre la mesa.

—¿En qué piensas? ¿En tu mujer? -dijo con un tono burlón, pero sus ojos brillaban con seriedad- Te conviene ver esto.

Fruncí el ceño y miré el periódico. En la portada, Isabel aparecía con una gran sonrisa, sentada en un café en París, acompañada de Annie y sus mascotas. Annie estaba manchada de helado e Isabel no dejaba de sonreír, como si no tuviera una sola preocupación en el mundo.

Me quedé mirando la imagen, una sensación extraña se arremolinó en mi interior. Estaba feliz, completamente ajena a todo lo que sucedía aquí, y eso... eso me desconcertaba más de lo que debería. Era muy hermosa, la imagen , era hermosa la imagen.

—Me puse a pensar y tú nunca me has hablado de Isabel - dijo Nathan sentándose a mi lado.

— No hay mucho que comentar -dije borrando la sonrisa que tenía dibujada en el rostro.

— Cuéntale un poco a tu mejor amigo - dijo mientras me daba un leve empujón 

El silencio inundó el lugar , voltee a verlo y él ya me estaba mirando pacientemente a que comenzara a hablar.

—Es linda, supongo —solté al fin, sin ganas de profundizar más.

Nathan soltó una risa corta, casi incrédula.

—¿Eso es todo? ¿"Es linda"? Vamos, Matteo, sé que tienes más que decir que eso, te casaste con ella 

Bueno contarle la verdad no era una opción. 

Suspiré, sabiendo que no me dejaría en paz hasta que hablara.

—Sonríe todo el tiempo, incluso cuando no debería —comencé, sin poder evitar que una pequeña sonrisa se formara en mis labios mientras lo decía—. Es un poco intensa, siempre queriendo hacer las cosas a su manera. Los perros la aman... Annie la ama... Incluso cuando la tratas mal, sigue sonriendo como si nada pudiera afectarla.

Nathan me observó en silencio, asintiendo lentamente, como si estuviera reuniendo todas las piezas.

—Suena como si te volviera loco —dijo al fin, su tono suave, pero con una chispa de diversión en sus ojos.

—Sí, lo hace —admití, mi voz apenas un susurro—. Es frustrante. Es como si... como si nada de lo que hago pudiera afectarla realmente.

Nathan se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos sobre el pecho mientras me miraba con una mezcla de comprensión y algo más.

—Tal vez eso es lo que te tiene así —dijo, su tono más serio ahora—. Estás acostumbrado a controlar todo a tu alrededor, pero con Isabel... no es tan fácil. Y eso te desconcierta.

Me quedé en silencio, dejando que sus palabras se asentaran. Había algo de verdad en lo que decía, pero no quería admitirlo. No en voz alta. No a Nathan, ni a nadie.

—De todos modos, no importa —dije finalmente, intentando cerrar el tema—. Está en París, disfrutando de su tiempo. Y yo... tengo cosas más importantes de las que preocuparme.

Nathan me observó por un momento más, como si evaluara si insistir o no. Finalmente, decidió "dejarlo pasar". me levanté de mi silla y comencé a caminar , pero su voz me detuvo.

— ¿La extrañas? -preguntó casi gritando.

Sin mirarlo, formulé su pregunta y pues ...

— Si , la extraño -admití en voz alta.

Decirlo fue como recibir un golpe directo al estómago, uno que me sacudió más de lo que esperaba. Fue como si, al pronunciar esas palabras, todo el muro de indiferencia que había construido comenzara a desmoronarse. Había mantenido la idea de que su ausencia no me afectaba, que todo estaba bajo control. Pero ahora, al admitirlo, sentí el peso de su ausencia con una fuerza abrumadora.

No era solo la casa vacía o el silencio que antes me había parecido tan cómodo. Era algo más profundo, un vacío que no había querido reconocer. Isabel no estaba, y la verdad era que la extrañaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, incluso a mí mismo.

Solo faltaba un semana para que volviera , tenía que disfrutar el silencio . Me repetía una y otra vez tratando de reconstruir el muro antes de verla . 






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