Capítulo 41

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MATTEO:

—Matteo... ¿ya estás listo? —la voz de Isabel era suave, pero en el silencio de la habitación resonó como un eco que me sacó de mis pensamientos.

Me volví hacia ella. Llevaba un vestido lila que le quedaba perfectamente, destacando sus delicadas curvas y su porte elegante. Era una visión casi irreal, y por un momento, olvidé lo que estábamos a punto de enfrentar.

—Sí, vamos. —Mi tono sonaba más frío de lo que pretendía, pero la tensión me tenía en alerta. Sabía que no podíamos distraernos. El llamado de Elena y la misteriosa habitación en la casa de los Rizzo no dejaban de rondar en mi cabeza.

La madre de Isabel, Elena, nos había llamado temprano , con un tono que nunca antes había escuchado en ella. Estaba asustada, pero más que eso, intrigada. Nos habló de una puerta en la casa de los Rizzo, una habitación que siempre había estado cerrada con candado. No era cualquier puerta; era pequeña, tanto que casi se perdía entre las sombras del lugar. Nunca le había llamado la atención a Elena, y eso se debía a una razón comprensible: ella era claustrofóbica, y jamás se acercaba a espacios tan reducidos. La casa de los Rizzo estaba llena de secretos, pero esa puerta había permanecido en el olvido.

Según Elena, Nicolai era el único que entraba en esa habitación, y siempre lo hacía solo. Nunca permitió que nadie más cruzara el umbral. Durante años, esa puerta había sido ignorada por todos, incluso por Elena, pero hace dos días algo cambió. Había encontrado la llave por accidente mientras revisaba unos viejos cajones de Nicolai, y fue entonces cuando la inquietud empezó a crecer en su interior. Tanto misterio no podía ser normal.

Hoy, finalmente, nos dirigíamos hacia esa casa para investigar la verdad.

Me levanté de la silla, tomé mi saco y caminé hacia Isabel, quien me observaba con esa mezcla de determinación y preocupación que la hacía tan especial.

El camino hacia la casa de los Rizzo fue breve, pero cada minuto estaba cargado de una tensión palpable.


...

Cuando llegamos, Elena ya nos esperaba con una bandeja de té y galletas. Siempre había sido una mujer atenta, incluso en los momentos más tensos. Sin embargo, nadie tenía ánimo para tomar el té. Todos compartimos una mirada silenciosa y decidimos que lo primero que queríamos hacer era ver la habitación.

Elena no había mentido, la puerta era realmente pequeña. Isabel, Azura y Mathias entraron primero, y las mujeres no tuvieron que agacharse tanto como nosotros para cruzar el umbral. Aún así, el pasillo que nos recibió era estrecho y oscuro, cada paso resonando en el silencio pesado de la casa. El aire estaba cargado de una atmósfera claustrofóbica, que no hacía más que recordarnos lo oculto y extraño que era este lugar.

Caminamos en fila india a través del largo corredor, nuestras respiraciones se mezclaban con la penumbra. Finalmente, al llegar al final, nos topamos con una habitación sorprendentemente grande, lo opuesto al pasillo que habíamos recorrido.

Prendimos la luz, y allí estaba: el caos absoluto. Ni siquiera este pobre lugar había escapado del desorden que caracterizaba a Nicolai. Papeles, documentos y carpetas se desparramaban por el suelo, mezclados con manchas de pintura y una capa de suciedad que le daba un aspecto aún más lúgubre al lugar. Parecía que nadie había puesto pie en esa habitación en mucho tiempo.

De repente, Azura se agachó y recogió uno de los papeles del suelo. Apenas lo leyó, su rostro palideció, y una expresión de terror se apoderó de ella. El documento que sostenía temblaba en sus manos.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó Isabel, acercándose con preocupación. Con una mano temblorosa, tocó suavemente el hombro de Azura, como si con su toque pudiera quitarle el miedo.

Tú eres como las nubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora