Capítulo 40

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ISABEL:  

Han pasado siete días desde que comenzamos esta investigación, y no puedo negar lo agotador que ha sido. Cada día trae consigo nuevas preguntas y más detalles que parecen entrelazarse en una red de secretos y traiciones. Sin embargo, a pesar del nudo en mi garganta que se niega a desvanecerse, hay una sensación de alivio que me acompaña. Sé que, al final, tanto mi madre como yo estamos a punto de liberarnos de un peso que ha estado sobre nosotras durante tanto tiempo.

La verdad, aunque dura, se siente como una bocanada de aire fresco. La incertidumbre ha sido un compañero constante, pero el hecho de que estamos juntos en esto —Matteo, Azura, Nathan y Mathias— me brinda una confianza renovada. La idea de que no tengo que enfrentar esto sola es un consuelo inmenso. Cada uno de ellos aporta una fortaleza diferente, y su apoyo me hace sentir más valiente.

Recuerdo las noches largas que hemos pasado, investigando y buscando respuestas. La camaradería que hemos forjado en medio del caos ha hecho que incluso los momentos más difíciles se sientan un poco más llevaderos. Hay una chispa de esperanza en mí, una pequeña luz que brilla, recordándome que al final de este oscuro túnel hay un nuevo comienzo.

Saber que pronto podré estar en paz, libre de los fantasmas del pasado, me llena de alegría. Estoy decidida a descubrir la verdad y cerrar este capítulo doloroso de mi vida. Y lo haré con la ayuda de aquellos que me rodean.   

...

Era otra de esas mañanas agotadoras en las que todos estábamos reunidos en la sala de la oficina de Matteo. Azura y yo revisábamos de aquí para allá las cartas, casi como si esperáramos que mágicamente una nueva pista surgiera de ellas, alguna pieza que faltaba y que lo conectara todo. Mientras tanto, Mathias estaba ocupado, intentando falsificar de nuevo los correos de Marahana, pero algo en el sistema lo estaba complicando.

Y, como si la mera mención de su nombre la invocara, apareció ella: Marahana. Entró por la puerta roja como una tormenta furiosa, su rostro enrojecido de rabia, con las cejas fruncidas y los labios apretados en una línea peligrosa. Casi podía sentir el calor de su enojo mientras apretaba con fuerza el computador contra su cuerpo, como si fuera un escudo o, más bien, un arma que estaba a punto de usar contra nosotros.

Sus ojos brillaban con una mezcla de incredulidad y furia contenida, como si no pudiera creer que habíamos llegado tan lejos. Sus mejillas estaban encendidas, y cada paso que daba hacia nosotros resonaba en el silencio de la sala. Casi podíamos sentir el humo metafórico que parecía emanar de ella, su respiración pesada, sus manos temblando levemente por el esfuerzo de mantenerse bajo control. Pero todo ese control se esfumó cuando finalmente habló.

—¿Qué carajos intentan hacer? —espetó, lanzando su computador sobre la mesa con fuerza, mostrándonos la pantalla donde se podían ver varias advertencias de hackeo parpadeando. Nos miró con furia, esperando una respuesta, mientras la tensión en el aire se hacía casi insoportable.

La habitación se quedó en silencio, tan pesado que hasta los sonidos de las respiraciones parecían amplificarse.

Azura fue la primera en romper el incómodo silencio que había dejado la entrada explosiva de Marahana.

—Deberías de ayudar tú también... —dijo Azura, cerrando con calma la tapa del computador de Marahana—. ¿No te parece que hemos aguantado por muchos años demasiadas injusticias?

Azura intentaba mantener la paz, lo podía ver en la manera en que hablaba, serena, casi suave. Pero esa paciencia no parecía hacer ninguna diferencia para Marahana, quien soltó una carcajada amarga, tan afilada que nos hizo estremecer.

—Tú eres una ingrata malagradecida —gritó, con su dedo índice temblando al señalarme—. ¿Cómo le puedes hacer esto a mi padre?

Su cara se puso blanca al instante, como si se hubiera dado cuenta del error que acababa de cometer. Sus manos temblaron ligeramente mientras intentaba corregirse, pero ya era demasiado tarde.

Tú eres como las nubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora