79- dos oruguitas

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El beso termina, pero el momento sigue suspendido en el aire. Isabella y yo nos miramos, perdidos en nuestra propia burbuja, hasta que el estruendo de los aplausos nos envuelve.

Las primeras notas de Dos Oruguitas comienzan a sonar mientras tomamos nuestras manos y caminamos juntos por el pasillo central de la iglesia. A nuestro paso, los invitados nos lanzan pétalos blancos, que caen suavemente sobre nosotros, danzando con la brisa.

—Felicidades, Isabella. —Una voz cálida nos detiene un segundo. Es la madre de Camila, con una sonrisa emocionada y los ojos vidriosos.

—Gracias —responde Isabella con dulzura, apretando mi mano.

Seguimos avanzando entre abrazos, felicitaciones y risas. Isabella apenas puede contener las lágrimas cuando una de las tías de Camila le dice:

—Parecen sacados de un cuento.

Yo solo sonrío, observando cómo Isabella recibe el cariño de todos. Su felicidad lo es todo para mí.

Finalmente, salimos de la iglesia, y el aire fresco nos recibe con una nueva lluvia de pétalos. A lo lejos, el auto que nos llevará a la recepción nos espera, pero antes de subir, echamos un último vistazo atrás.

Los invitados comienzan a irse hacia el salón de la fiesta, pero mis padres, Lucca, Aless y Camila se quedan atrás, observándonos con sonrisas de satisfacción.

—Bueno, bueno… —empieza Lucca, cruzándose de brazos con una sonrisa pícara—. Nunca pensé que vería este día.

—Yo tampoco —añade Aless con fingida solemnidad—. Y sin embargo, aquí estamos.

Isabella suelta una risa y se cruza de brazos.

—¿Qué insinúan?

—Nada, nada. Solo que Max es el último tipo en el mundo que pensábamos que terminaría así de enamorado —responde Lucca—. Y sin escapatoria.

—Exacto —dice Aless, asintiendo—. Ya no hay vuelta atrás.

Camila suelta una risa y se apoya en el brazo de Aless.

—Lo dicen como si Isabella fuera la que salió perdiendo aquí.

—¡Obvio! —exclama Lucca—. ¿Han visto a Isabella? Es hermosa, encantadora, y encima lo aguanta a él.

Isabella ríe con más fuerza y me da un pequeño codazo.

—Vaya, Max. Parece que nadie cree que te mereces a tu propia esposa.

Suspiro y niego con la cabeza.

—Lamentablemente, es mi familia.

—Y ahora también es la mía —responde Isabella con una sonrisa—. Así que supongo que tendré que soportarlos.

Mi madre, Livia, la mira con ternura y le toma las manos.

—Bienvenida oficialmente a la familia, Isabella.

Robert, mi padre, asiente con orgullo.

—Hiciste una excelente elección, hijo.

Yo solo sonrío y miro a Isabella, quien parece más feliz que nunca.

—Lo sé.

Nos despedimos de ellos con un último abrazo antes de subir al auto.

Justo cuando estoy por cerrar la puerta, Camila le da un pequeño empujón a Aless y dice con picardía:

—Más te vale ir preparándote, porque los siguientes en el altar seremos nosotros.

Aless se queda pasmado, parpadeando, mientras Lucca se echa a reír a carcajadas.

—¡Eso quiero verlo! —exclama Lucca.

Camila solo sonríe con suficiencia y le lanza un beso antes de tomar del brazo a Livia y meterse de nuevo en la iglesia.

Mientras nos alejamos rumbo a la recepción, Isabella apoya su cabeza en mi hombro y deja escapar un suspiro.

—¿Lista para la fiesta?

—Lista para lo que venga —susurra, entrelazando sus dedos con los míos.

Y con esa certeza en el corazón, seguimos adelante.

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