42. CAFÉ EXPRESSO.

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El viento sopla con fervor mientras las gotas de lluvia descienden, empeñando los ventanales. El aroma a café recién elaborado inunda el lugar, cual fragancia dulce que impacta el corazón.
La cafetería encontrándose en su máxima capacidad mientras los comensales se encuentran exigentes ante la espera de su servicio. Todos parecen ansiosos, como si aquel café fuera el mejor del mundo, o solo para pasar el rato, pero él no, espera paciente, como si tuviera el tiempo suficiente, a pesar de llevar una vida ajetreada.
Observando bajo el escudo de un papel y bolígrafo se encontraba mirándolo, este parecía demasiado entretenido en su encomienda, que parecía no percatarse que la mayoría lo miraba. Un hombre apuesto pero sumamente encantador, con una sonrisa elegante que podría contagiar a más de uno.
Y, sin poder negarlo, tan solo contemplarlo fue suficiente para que su corazón latiera, como las olas de mar, danzando contra la orilla, furiosas pero que extrañamente producían  paz.
Sus mejillas se enrojecieron levemente al ser captada mirándolo, no podía ver el brillo en sus ojos pero su sonrisa cálida parecía significar diversión ante ello.
De vuelta a su encomienda, esta miró el papel al frente. Un par de garabatos y rayones fueron suficientes para adornar el contenido.
Golpeando el bolígrafo contra la mesa, hizo que esta produjera un beat.

— Creo que compones música con destreza —  la joven miró al hombre de pie, incluso, este lucía mucho más encantador ante la cercanía. Tímidamente rió. Sintiendo el nerviosismo recorriendo su cuerpo, cual carrera de autos —  ¿Puedo sentarme? —  preguntó sonriente mientras sostenía una taza, humeante, de café —  reacomodándose en su sitio, la joven asintió, sabiendo que su principal problema era decir no. Este se sentó al frente, con una extraña confianza, que incluso parecía preocuparle a la joven.

No tuvo más opción que mirar hacia la ventana, mirando cómo la lluvia parecía intensificarse a medida que el tiempo transcurría, sin embargo, sus ojos parecían no poder resistirse ante el, inesperado, visitante. El aroma a café inundó sus fosas nasales, a centímetros de distancia podía sentir la cantidad de expresos en el. Y, sin poder evitar, la joven miraba cada acción del hombre misterioso.
La sutileza con la que cada acción de este parecía resumirse en una suave caricia, lograba desconcentrarla. Un par de sonrisas fueron suficientes para amenizar el momento, sin embargo, ninguno parecía decir algo sensato, aunque en el fondo, la joven deseara que este lo hiciera.

De regreso al papel, podía mirar cuán blanquecino se encontraba, tal vez fue la extrema preocupación en su rostro, que obligó al hombre a alejarse. Un extraño sentimiento se instaló en su pecho, al notarlo perderse entre la multitud, sin siquiera decir adiós. Por alguna razón aquello parecía causarle conflicto. Aquel hombre había sido su compañia por un par de minutos pero su presencia había resultado cual tornado en temporada.
Escribiendo torpemente palabras al azar, como si aquello fuera la solución a su próximo libro.
El cansancio era evidente mientras el estrés por iniciar una nueva historia comenzaba a acorralarla, por lo que no tuvo más opción que cubrir su rostro con ambas manos para calmar su pesar.

—  Parece que no tienes un buen día, ¿Sabías que un poco de azúcar puede mejorarlo? —  la chica detuvo su pequeño momento caótico para mirar confundida. No pudo evitar sonreir levemente al notarlo de pie, a un par de centímetros de distancia, con un plato de, lo que suponía eran galletas.

—  No pareces muy afecto al azúcar — comentó al percibir el, aún, cargado café entre manos. Este sonrió, de vuelta, antes de quitarse las gafas.
Lentamente tragó en seco al poder apreciar sus ojos.  Cálidos y profundos, como el ámbar de una tarde otoñal, con una chispa de vivacidad que iluminaba su rostro con una intensidad cautivadora.

— ¿Todo está bien? — preguntó mientras se sentaba en el mismo sitio.  Asintiendo, la joven sonrió — Y, sobre el azúcar, es más por elección propia. El concentrado siempre sabe mejor —  respondió, provocando una leve carcajada — Me llamo José — este extendió su mano. Con cierto nerviosismo, correspondió al saludo mientras este le regalaba una sonrisa.

— ¡Tengo que irme!— expresó la joven, al mirar el reloj en la pared, tomando sus pertenencias y, yéndose con rapidez.

Esperanzada que aquella vez no fuera la única.

Cada día, la joven recurría a aquella cafetería. Pasando la mayoría de sus tardes, intentando encontrar inspiración  y poder mirarlo, sin embargo, sus esperanzas se vieron disminuidas, al pasar las semanas, sin encontrar una pista sobre él.

Dispuesta a asistir por última vez, se adentró a la cafetería, de, nuevo, se encontraba en su máxima capacidad, sin aparente espacio para poder sentarse. El olor del café le resultó demasiado familiar mientras una pequeña esperanza se apoderaba de su corazón al notar un espacio vacío. Con nerviosismo, caminó hacia el asiento, sintiendo sus latidos golpear con intensidad, a medida que la distancia disminuía y el recuerdo familiar cada vez se hacía más presente.

— ¿Puedo sentarme? — preguntó nerviosa, al mirar a un hombre, con gorra y lente, leyendo con quietud.

De nuevo, el aroma a café impactó en sus fosas nasales, que se encontraba en la mesa, acompañado de un par de galletas, de inmediato miró a este, quien sonreía suavemente.

Tratando de evitar demostrar su felicidad por vovler a encontrarlo, esta sonrió de vuelta.

— ¿Estás acompañado? — preguntó al notar una taza extra de café. El rostro de la joven se ruborizó ante la idea de pensar que ursupaba el asiento de alguien más. Sin embargo, su  preocupación disminuyó ante la negación del hombre, quién la incitó a sentarse.

El tiempo parecía detenerse a medida que sus miradas se cruzaban. No podía negar que existía una extraña calma, una que parecía reconfortante y duradera.

— Solo esperaba volver a encontrarte y poder invitarte a un café— reveló, luego de un agradable silencio. Aquello tomó por sorpresa a la joven, por lo que no pudo evitar sentirse ruborizada — pero nunca aparecías — soltó, acompañado de una pequeña risa.

La joven se miraba impactada ante tal revelación, en especial porque nunca consideró la idea de que él también deseaba verla, de nuevo.

— Pensé que preferías otro tipo de café — este asintió mientras dejaba el libro en la mesa.

— Supongo que un toque dulce, nunca está mal — la chica rió ante ello, sin embargo su mirada recayó en la mesa, mirando con asombro la portada del libro, que el hombre leía  — No voy a negar que intenté encontrarte, y vaya que fue difícil saber tu nombre.

— ¿Eres un acosador acaso? — preguntó riendo nerviosamente, antes de morderse internamente la mejilla, sin embargo, ponerse a la defensiva le parecía un tanto hipócrita, pues había intentado hacer lo mismo, sin éxito.

Este rió lo suficientemente fuerte, como para que un par de cabezas los mirara.

— En lo  absoluto — mencionó, acomodándose en su sitio — déjame presentarme formalmente. Por motivos de seguridad, no pude presentarme como debía —la joven frunció el ceño —Me llamo Pedro Pascal — aquel nombre parecía resonar en la mente de la joven — me gusta el café expresso, y, por alguna razón, deseaba demasiado, verte de nuevo.

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Nota: Por el momento esta historia se encuentra pausada, es decir, no actualizaré hasta nuevo aviso.

𝕽𝖊𝖕𝖚𝖙𝖆𝖙𝖎𝖔𝖓 (Pedro Pascal) [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora