𝟑𝟗: 𝐈𝐝𝐢𝐨𝐭𝐚𝐬

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Sergio llegó al edificio donde Max vive. Sentía su corazón latir muy rápido porque es la segunda vez que entra al penthouse del rubio, pero esta vez sin su compañía. Estaba tan nervioso porque no sabía qué esperar.

El portero abrió la puerta y se dirigió hacia la recepción, tenía tanta suerte de que el señor Moreau sea el que está de turno en esa tarde porque ya lo conocía.

—Buenas tardes, estoy aquí para ver a Max. Pero, ¿podrías no decirle que estoy aquí? Le quiero dar una sorpresa. —Le dijo y le sonrió con amabilidad. El hombre correspondió.

—Me alegra volver a verlo, señor Pérez. Me temo que eso no será posible. El señor Verstappen ha salido.

—Oh, no hay problema. Puedo esperarlo en lo que viene. —Señaló hacia los sillones que estaban en la sala de espera.

—Creo que no vendrá tan pronto como se lo imagina, él llevaba una maleta. —La mente de Sergio estaba maquinando muchas cosas.

¿Max le había mentido? Le escribió hace horas y él le dijo que estaría en su casa porque no tenía nada planeado para el fin de semana.

—Comprendo. Por favor no le digas que estuve aquí. —Quiso sonreír, pero le salió una mueca llena de tristeza.

Tomó su maleta y salió. Ahora tendría que buscar un hotel para hospedarse esa noche y regresar a México al día siguiente.

Se sentía como un idiota; él quería hacer algo bonito por el menor al haber viajado tantas horas para sorprenderlo, tal y como él lo había hecho cuando un día llegó del trabajo y lo encontró sentado en la grada de la entrada.

Max estaba aburrido y se dedicó a cortar el pasto con sus manos, pero cuando vio las luces del auto de Sergio, dejo su cometido. Sabía que los mexicanos eran delicados con su jardín y con temor de ser descubierto disimuló que estaba buscando una moneda.

Sergio solo rodó los ojos, porque ya lo había visto desde la aplicación que le avisaba que alguien estaba en la puerta de su casa, mostrándole la imagen del piloto con la cámara que estaba escondida.

Al estar recordando ese momento se había olvidado que estaba buscando un hotel cerca, cuando una llamada entrante le interrumpió.

Era Max.

No estaba seguro de contestarle, porque en esos momentos estaba enojado con el menor, pero lo haría solo para escuchar la estúpida excusa que le daría.

—Dime.

—¡Hola, mi vida! ¿Donde estás? —Suspiró para calmarse cuando le escuchó tan animado como siempre.

—En casa, ¿y tú? —Si Max le había mentido, él también lo haría.

—¿Seguro? —Le respondió con un "hmm".

—¿Por qué la pregunta?

—Uh yo... Este... Llevo más de cinco minutos tocando el timbre de tu casa y no vienes a abrirme. —Al escuchar lo que el rubio le había dicho, abrió sus ojos en sorpresa y la vergüenza empezó a apoderarse de su rostro.

—¡¿Qué?! Espera un minuto. —Lo dejó en espera mientras abría la aplicación que se supone que debía de avisarle si había algún intruso, pero se dio cuenta que no estaba funcionando. —Te devolveré la llamada. —Colgó y empezó a llenar los datos que le solicitaban. Una vez hecho, le mostró la imagen de un Max desesperado frente la puerta de su casa, tocando el timbre una y otra vez. —¡Mierda!

Sergio inmediatamente llamó a Max y este respondió al primer timbre.

—Checo, ¿hice algo mal? ¿por qué no me quieres abrir? De haberme comportado de una manera que no te agrada hablémoslo, estoy aquí para que lo solucionemos.

𝐌𝐚𝐱 𝐕𝐞𝐫𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧'𝐬 𝐖𝐀𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora