𝟕𝟐: 𝐌𝐢𝐞𝐝𝐨

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Las semanas habían pasado volando, tanto así que la pancita de Sergio era más notoria. Y, cómo no lo iba a ser si se estaba encargando de llevar a cabo las dos vidas que se estaban formando dentro de él.

Max como el obsesionado por la perfección, llevaba consigo una libreta donde no solo tenía anotado el horario de actividades de Sergio sino también sus visitas al médico.

Hace unos días habían tenido el chequeo de rutina para saber el estado de los bebés, lo cual siempre los ponía nerviosos porque, aunque hubiese superado la amenaza de aborto, el riesgo siempre estaba presente.

El médico les dijo que sus hijos podrían nacer antes de los nueves meses y que siempre se corría la posibilidad de que ocurriera algo imprevisto; como el que alguno de los bebés naciera sin signos vitales o la hemorragia después de la cesárea, lo que podría llevar a la muerte del padre gestante.

El silencio sepulcral que se había formado después de eso, solo hizo que la pareja se pusiera incómoda. La piel de Sergio se había estremecido y solo pudo observar a su prometido, el cual tenía su mirada perdida.

Cuando salieron del consultorio, Max lo detuvo suavemente al tomarlo del brazo y dejarlo apoyado contra la pared. Sabía que no era nada bueno porque los ojos de Max estaban llenos de lágrimas retenidas y su ceño fruncido.

—Lo hablaremos cuando estemos en casa. —Soltó finalmente, después de estar observando su rostro minuciosamente por un largo tiempo.

El camino hacia el penthouse se había sentido eterno. Sergio tenía ganas de llorar porque en todo lo que llevan juntos, Max nunca se había comportado de una manera tan seria, solo lo era cuando era algo sumamente importante y solo había sucedido en cuatro ocasiones: Cuando le dijo que quería algo formal con él, cuando se hicieron novios, cuando se comprometieron y cuando le juró estar junto a él en este nuevo desafío el cual sería ser padres.

—Hay que interrumpir el embarazo. —Max detuvo abruptamente su caminar una vez dentro del penthouse, haciendo que Sergio chocara contra su espalda.

—No hablas en serio. —Soltó una risa sin gracia.

—Hablo muy en serio, Sergio. Aún hay tiempo para hacerlo. —Se dio la vuelta para mirarlo directo a los ojos. Los azules expresaban determinación, mientras que los cafés, decepción.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres acabar con la vida de nuestros bebés? ¿Por qué nos haces esto? —Gritó, haciendo ademanes con sus manos, dignos de un drama de telenovela. —Si no querías ser padre desde un principio, me lo hubieras dicho, me habría regresado a mi país para estarlos criando.

—No entiendes, quiero ser padre y quiero que tú seas el que los lleve, pero no de esta manera. No sabiendo que puedes perder la vida durante el parto.

—¿Qué? ¿Me crees tan débil como para pensar en lo peor de los escenarios?

—Ya escuchaste al doctor, dijo que las posibilidades de que eso pasen son altas y no te quiero perder.

A Max la impotencia lo abrumaba. Odiaba sentirse tan inútil, tan incapaz de proteger a su familia. Quería gritar, golpear algo, pero sabía que eso no cambiaría nada.

Desde que el doctor Ward les dio esa información, en lo único que podía pensar en esos momentos era el miedo a perder al hombre que más amaba en el mundo. ¿Cómo iba a seguir adelante sin él? La incertidumbre sobre el futuro de los bebés también lo aterraba.

La culpa lo carcomía por dentro. Aunque racionalmente sabía que no era su culpa, no podía evitar sentirse responsable por la situación. Deseaba poder hacer algo, lo que fuera, para aliviar el sufrimiento de Sergio.

𝐌𝐚𝐱 𝐕𝐞𝐫𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧'𝐬 𝐖𝐀𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora