𝟔𝟐: 𝐌𝐚𝐱, 𝐞𝐥 𝐝𝐫𝐚𝐦𝐚́𝐭𝐢𝐜𝐨

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Max despertó agitado y de inmediato se arrepintió de haberlo hecho, porque el dolor punzante en su cuello solo podía significar un calambre. Se había quedado dormido en la madrugada cuando se supone que debía estar al pendiente de su prometido, cuidar de que todo estuviera bien y que fuera él que descansara tranquilamente después de todo lo que había sufrido durante toda la noche.

—Tranquilo, amor. Todo está bien. —Sergio le dio una sonrisa, tratando de tranquilizarlo.

Hace mucho había despertado y se había puesto a pensar en lo que pasaría cuando su familia se enterara de su estado, sobre todo su padre.

Sergio se encontraba en una encrucijada emocional. Por un lado, estaba inmensamente agradecido y aliviado de saber que sus bebés estaban a salvo después de la amenaza de aborto. Era increíble el cómo esos pequeños seres que crecían dentro de él se habían aferrado tanto a sobrevivir, que solo hacía su culpa aumentar y la idea de que pudo perderlos le había aterrado. Ser padre era un sueño que se estaba haciendo realidad y no podía esperar para conocer a sus hijos y brindarles todo su amor.

Sin embargo, la felicidad se veía empañada por la preocupación que le generaba la reacción de su padre, si bien, le había dicho a Max que la opinión de él no importaba, en el fondo seguía preocupado. Sergio sabía que él era un hombre tradicional, que creía firmemente en el orden establecido: primero el matrimonio, luego los hijos. Y él, aunque estaba comprometido, aún no había dado el paso definitivo. Imaginaba la decepción y el enojo que se reflejarían en el rostro de su padre cuando se enterara de su embarazo fuera de los cánones establecidos.

Su pareja también compartía esa inquietud. Temía que su suegro, en un arrebato de furia, pudiera hacerle daño. Sergio entendía sus miedos, pues su padre podía ser intimidante cuando se enfadaba. Recordaba las veces que había visto a sus hermanos recibir regaños severos por pequeñas travesuras y se estremecía al pensar en cómo reaccionaría ante una noticia de tal magnitud.

—Lo siento, no supe en qué momento mis ojos se cerraron. —Frotó sus ojos con fuerza para hacer desaparecer el sueño. —¿Cómo te sientes?

—Mejor, el medicamento que me administraron en la intravenosa hizo que el dolor desapareciera. —Max asintió, aún con sus ojitos entrecerrados. —Maxie, ve al hotel. Descansa un poco.

—No, no me moveré de aquí. Te lo dije.

A pesar de estar más dormido que despierto, seguía comportándose igual de terco.

—¿Tienes hambre? Iré a buscarte algo qué comer. —Se puso de pie, palpando los bolsillos de su camisa y la de los pantalones porque no recordaba dónde había dejado su billetera.

—Ya me trajeron el desayuno. —Señaló la carretilla con el alimento adecuado a su dieta.

—¿Por qué no has comido? —Con el ceño fruncido apretó los botones de la camilla para que se elevara y dejara a Sergio sentado. Luego ajustó la mesa hospitalaria y puso lo que le habían llevado para que empezara a comer.

—No quiero comer si tú no lo haces. —Hizo un puchero.

Max suspiró, tratando de tranquilizarse y llevó sus manos hacia su cabello para acomodarlo.

—Checo, primero debes de preocuparte por ti antes que por los demás. Ya veré qué como más tarde, pero ahora mismo tú lo vas a hacer.

—Sí, papi. —Lo miró divertido cuando Max le dirigió una mirada de advertencia.

─── ❖

—Bien, Sergio. —Empezó el doctor Ward después de terminar con su revisión de esa mañana. —Es crucial que guardes reposo y evita actividades extenuantes.

𝐌𝐚𝐱 𝐕𝐞𝐫𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧'𝐬 𝐖𝐀𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora