𝟓𝟓: 𝐂𝐞𝐧𝐚 𝐢𝐧𝐜𝐨́𝐦𝐨𝐝𝐚

5.4K 886 210
                                    

Max respiró hondo y trató de darse ánimos mientras estaba frente a la puerta de la casa de sus suegros.

Aún no había tocado el timbre porque estaba muy nervioso. No debería de estarlo porque ya había convivido con ellos y lo habían recibido con los brazos abiertos, brindándole todo el amor y cariño que sus padres no pudieron darle.

Don Antonio y Marilú lo trataban como otro más de sus hijos, le invitaban a todos los eventos familiares: quince años, fiestas infantiles de los hijos de su cuñado, bodas de parientes lejanos de los Pérez, comidas que a la señora de la casa se le ocurrían de un día para otro... En fin, en todo su tiempo de relación con Checo e incluso antes de que fueran oficiales, ya era parte de esa acogedora familia.

Con un último suspiro, tomó valor, levantó la mano y tocó el timbre.

«¡Ya está! No hay marcha atrás... Y, ¿ahora qué?» Hablaba con él mismo mientras esperaba que la puerta fuese abierta.

Para ignorar su corazón a punto de salir de su pecho, se distrajo observando el hermoso jardín, el cual estaba bien cuidado; tanto el jardinero como los aspersores habían hecho un excelente trabajo.

Escuchó el sonido característico de la puerta siendo abierta y en ese momento se giró y sonrió pensando que sería Marilú o alguno de los hermanos de su novio, pero se le borró la sonrisa cuando la persona que estaba frente a él era el mismísimo Sergio Pérez.

—¿Max? ¿Qué sucede? ¿Al caso mi madre volvió a organizar otra cena de la cual no me enteré? —Preguntó confundido.

Max empezó a balbucear porque no sabía qué decirle, si antes estaba nervioso, ahora se encontraba peor. De todos los escenarios posibles, nunca se imaginó que su novio estaría en casa de sus padres, ya que antes de dejar el hotel él le dijo que se iría directo a su casa a descansar porque últimamente se ha sentido fatigado por mucho trabajo.

—Uh, bueno, yo...

—¡Max! ¡Sí viniste! —La voz de Paola resonó en el pasillo de la entrada.

La figura de la mujer se hizo visible; sus tacones de aguja haciendo eco en el pulcro mármol y su elegante caminar directo hacia él para luego envolverlo en sus delgados brazos.

—Me vas a deber una grande, cuñadito. Te estuve observando dudar desde hace un rato por las cámaras. —Murmuró entre dientes, con una sonrisa para que su hermano no sospechara.

«¡Malditas cámaras!»

—Pasa, pasa. —Lo empujó hacia el cuerpo de Sergio para que se abrazaran.

—No sabía que vendrías, pero me alegra mucho que estés aquí. —Le sonrió y le dio un beso en la mejilla porque su hermana seguía de metida observándolos. —Para ese chiste nos hubiéramos venido juntos.

—Es que te quería sorprender, mi amor.

Paola soltó una risa ahogada.

Max y Sergio la observaron. El pelinegro con una expresión de "está loca" y el rubio con una que decía: "No digas nada, por favor".

—Vamos, mamá está preparando la cena y no dudo que terminará más rápido con la ayuda del güerito.

—Mejor que vaya a ver el partido con papá y Toño, a mi niño se le quema hasta el agua. —Max podía sentir su cara a punto de explotar por la vergüenza que lo estaba embargando.

—A ti también, así es que no me trates al Max de esa manera, Sergio Michel Pérez Mendoza, o debería de decir "Verstappen".

Ahora fue el turno de Sergio de sonrojarse.

𝐌𝐚𝐱 𝐕𝐞𝐫𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧'𝐬 𝐖𝐀𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora