Capítulo 4.

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Reencuentro


Emma (3 años antes del presente)

Hace dos años que me encuentro atrapada en esta mazmorra, un auténtico infierno día tras día. A pesar de todo, siento una fuerza interior que me une a la vida, una chispa de esperanza que se niega a apagarse.

Sin embargo, últimamente me resulta difícil mantener esa fuerza. Mi cuerpo duele, mi espíritu está abatido y mi loba permanece dormida, sin mostrar signos de despertar.

La soledad me envuelve, convirtiéndose en una compañera constante. Las noches se vuelven largas y solitarias, la oscuridad se convierte en un enemigo implacable.

Los recuerdos de mis padres son mi mayor fuente de resistencia contra la desesperación y el miedo. A veces siento su presencia cerca de mí, escuchando en mi mente las palabras de mi madre: Sé fuerte. 

A pesar del dolor que me embarga después de la ira del alfa, intento aferrarme a los momentos felices para no perder la cordura.

Los golpes y el maltrato por parte del alfa Alejandro eran constantes y la única música que oía, eran los sonidos sordos de sus puños golpeando mi cuerpo indefenso. Cada golpe dejaba una marca en mi piel ya lacerada, cada insulto una cicatriz en mi alma que se volvía más pesada con cada día que pasaba.

Sin embargo, hace una semana algo cambió. El alfa Alejandro no ha venido y los guardias, por primera vez desde mi encierro, muestran una actividad inusual. Normalmente, era la única prisionera de la mazmorra, rara vez traían a alguien más  y la mayoría no hablaba conmigo.

En una ocasión, encerraron a una bruja y antes de irse me dijo: -Niña, con el tiempo todo mejorará.- Al principio tenía muy presente sus palabras, pero el tiempo pasaba y nada mejoraba.

Escuché algunos gruñidos sin prestar demasiada atención, mi estómago dolía y yacía en el suelo tratando de dormir para aliviar el dolor.

Justo cuando estaba a punto de quedarme dormida, escuché a un guardia decir: -Alfa, aquí están los que quedan con vida.-

En cuestión de segundos, me levanté de un salto y corrí hacia el rincón más alejado, pensé que hoy tampoco vendría, pero me equivoqué, él estaba aquí.

Mi cuerpo empezó a temblar, me resultaba difícil respirar, estaba aterrada. Intenté controlarme, sabía que si percibía mi miedo, disfrutaría golpeándome con más fuerza.

Unos minutos pasaron y un hombre con una figura imponente, de casi dos metros, con cabello negro azabache y ojos azules intensos, se paró frente a mi celda, era Alexander.

No supe cuánto tiempo pasó, tal vez minutos o segundos pero fueron eternos. Después de dos años, lo volví a ver y no entendía por qué estaba acá.

Sin apartar su mirada de mí, hizo una seña al guardia y ordenó -Sácala y llévala al sótano, se quedará ahí a partir de ahora.- Sin más, dio media vuelta y se marchó, dejándome helada.

El guardia me llevó al sótano de la gran casa de la manada, me arrojó como si fuera un objeto. Antes de cerrar la puerta, me dijo: -¡Chica suertuda!-

Irónicamente pensé: ‘Suertuda dice el pedazo de mierda.’

Vi una cama llena de polvo y telarañas, un lujo después de tanto tiempo sin acostarme en una. Quizás mi suerte pudo haber cambiado... Un poco.

Justo cuando me disponía a acostarme, la puerta se abrió de nuevo. Me giré esperando ver al guardia, pero me sorprendió encontrar a una mujer mayor con el cabello muy blanco. Sostenía comida y un vaso de agua en las manos. 

La reconocí de inmediato, era Amanda, la cocinera del gran salón.

Durante mi infancia, pasaba muchas tardes con ella, escuchando sus fascinantes historias. -Hola, mi niña.- Me saludó.

Las lágrimas brotaron imparables y Amanda me abrazó, dejándome desahogar todo mi dolor en sus hombros. Cuando finalmente me calmé, limpió mis lágrimas.

-Tranquila, hablaré con el Alfa mañana temprano. Ahora, come y descansa.- Dijo con voz amable.

Me dio otro abrazo y se fue, pero esa noche no pude cerrar un ojo.

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Amanda

Es de mañana y me dirijo a la oficina de Alex, golpeo la puerta tres veces antes de escuchar su voz decir:

-Pasa Amanda.-

-Buenos días Alfa, vine pa... - intento decir, pero él me interrumpe.

-Ya sé.- Responde, sin levantar la vista de los papeles en su escritorio.

-¿Qué le sucedió?- Pregunté directamente.

-Parece que mi padre tenía la costumbre de golpearla por las mañanas.-

-¿Y qué piensas hacer con ella?- indago, expresando mi preocupación y continúo diciendo -Necesita atención de los sanadores, comida, ropa y un lugar donde vivir. Puedo llevarla conmigo, cuidaré de ella.- Propongo.

Alex levanta la mirada, apoya los codos en el escritorio y entrelaza sus manos antes de responder:

-Su familia fue responsable de la muerte de mi madre, la negligencia de ellos llevó a la locura a mi padre.-

-Ha sufrido demasiado.- Insisto.

Él se reclina lentamente en su silla, manteniendo su mirada en la mía por unos segundos antes de continuar

-Recibirá una comida al día, tiene 17 años y su loba tendrá que ocuparse de sus heridas. Vivirá en unas de las chozas de la frontera. Si decides hacerte cargo de ella, tendrás que mudarte a la choza. Trabajará desde el alba hasta el ocaso y no podrá moverse libremente.- Dicho eso, vuelve a centrarse en los papeles del escritorio.

-La convertirás en una esclava.- Cuestiono directamente

Él suspira y sin mirarme responde -Sí. ¿Algo más?-

-No, Alfa. Me encargaré de comunicarle la decisión.- Inclino mi cabeza y salgo de la oficina.

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