Capítulo 9.

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El camino sin salida

Emma ( Después de la cena del capítulo 2 )

La larga cena llegó a su fin y nos dirigimos de vuelta a la cabaña. En el camino, el sonido de las hojas bajo nuestros pasos se mezclaba con el silencio entre Kate, Gema y yo, contrastando con las risas alegres de Liz y Amy, que resonaban en la oscuridad de la noche.

Al llegar a la cabaña, me encaminé hacia mi habitación, una vez dentro, revisé meticulosamente mi mochila, donde guardaba el mapa, el sobre con dinero, ungüentos que Amanda me había dado y algo de ropa.

Con determinación, tomé mis pertenencias y me deslicé por la ventana, dejando atrás la cabaña para adentrarme en el camino que me lleva al lugar planificado, el río.

Al llegar me senté en la orilla, sintiendo la fresca brisa acariciar mi rostro mientras esperaba en silencio, era mi señal para adentrarme en el bosque. Todo estaba meticulosamente planeado, desde el horario de la patrulla hasta el contenido de mi mochila.

Anhelaba partir, aunque en mi corazón lamentaba no despedirme de Amanda. Sabía que ella me impediría marcharme, pero mi determinación era inquebrantable.

Me preparaba para adentrarme en lo desconocido, decidida a enfrentar lo que fuera necesario. Nada podía salir mal. O al menos así lo creía, hasta que una voz ronca, proveniente de la oscuridad del bosque, me sobresaltó.

-¿Por qué estás ahí sentada?-

El sonido de su voz hizo acelerar mi pulso, mis manos empezaron a sudar. En los diferentes escenarios que mi mente construía de este momento jamás, ni una vez había previsto la presencia de Alexander.

Él entrecerró los ojos como si pudiera descifrar mis pensamientos confusos.

-Por lo general estás nadando ¿Qué te trae aquí esta noche?- Preguntó, su tono cargado de burla y un deje de sarcasmo.

¡¿Qué?!, ¿Cómo podía saber de mi presencia en este lugar?, Solo cruzamos caminos en contadas ocasiones, las cuales preferiría olvidar.

Me levanté con cautela, tratando de disimular el temblor que recorría mi cuerpo.

-Solo fue esa vez.- Murmuré.

-¿Solo esa vez?- inquirió, esbozando una sonrisa, mientras se cruza de brazo y baja su mirada hacia mi mochila, que estaba en el piso al lado mío.

-No Alfa. Es un lugar tranquilo y me gusta estar acá.- Dije mientras intentaba tapar mi mochila sutilmente colocándome delante.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo. Se aproximó, imponiendo su presencia, su cercanía abrumadora.

-No te sorprendas, soy el Alfa. Es mi deber conocer todo lo que ocurre en mi manada. Y te he visto aquí más veces de las que imaginas.- Afirmó, erguido y dominante.

Sentí un escalofrío al verlo tan cerca, su aliento cálido rozaba mi piel, mientras toma un mechón de mi pelo que cubría mi cara, acomodandolo cuidadosamente detrás de mi oreja, su mano se deslizó hacia mi nuca y me sostuvo fuerte acercando su cara a la mía -¿Qué guardas en la mochila?- Gruñó.

Luché por mantener la serenidad, esforzándome por dar una respuesta coherente.

-Son sólo ungüentos que Amanda me dió.- Dije, evitando mencionar el resto de su contenido.

-Has mentido dos veces desde que llegué.- Sentenció, liberando su presa con brusquedad. -¡Dame la mochila!- Ordenó usando el comando alfa.

Desafiarlo era imposible, sabía el dolor que me causaría intentar ignorar una orden directa. Al ceder y entregar la mochila, sentí una mezcla de temor y furia recorrerme.

Todo se había desmoronado.

Había pasado noches en vela, planificando cuidadosamente cada detalle, esperando ansiosamente este momento. La esperanza de irme y tener un futuro diferente era lo único que me mantenía en pie.

Respirando..

Ahora presagiaba un futuro sombrío.

En ese instante, algo dentro de mí se rompió, revelando una parte que estaba oculta en lo más profundo. Y con ella, una fuerza que había estado contenida se liberó sin control.

Me sentí renacer, como si las piezas rotas de mí misma se estuvieran reensamblando en algo nuevo, algo más fuerte, lo que me impulsó a decir:

-No importa cuánto me odies, ni cuánto me culpes.- mi voz surgió como un desafío, firme y llena de ira, -Algún día, la Luna de tu circo, no me podrá usar más para crear esos espectáculos que tanto te gustan. No siempre estarás acá y, aunque creas que creaste una fortaleza, yo logré encontrar fallas.- Mis palabras cayeron como un golpe, un desafío a su poder, a su dominio.

Terminadas mis épicas palabras, intenté finalizar a lo grande, empujándolo lejos de mí, pero no se movió ni un centímetro.

Él se rió, soltando una carcajada que me heló la sangre, haciéndome sentir como una marioneta rota en sus manos.

-Me pregunto, ¿qué tan lejos llegarás sin tu loba?- susurró, su aliento cálido en mi oído, un recordatorio de su proximidad, de su control.

El calor subió sobre mí, no estaba segura si era enojo, frustración o porque él estaba muy cerca de mí, su cuerpo casi tocando el mío. Sin embargo, ya no estaba dispuesta a seguir esta discusión, me di la vuelta y empecé a caminar, dejando atrás la oscuridad, las sombras.

Las consecuencias no me importaban, sólo quería alejarme de él.

La frustración y la ira me sofocaban, y mis lágrimas caían sin control, nublándome la visión del camino oscuro que se extendía ante mí. Mi cabeza era un torbellino de pensamientos que giraban en círculos, sin llevarme a ninguna parte.

Me detuve...

Cerré los ojos...

Suspiré profundamente.

-¡Se fuerte!- Dije en voz baja, repitiendo como un mantra las palabras de mi madre que me había dejado.

De repente, escuché la voz que más odiaba en el mundo, la de Samuel. Su tono burlón me erizó la piel.

-¿Qué hace una cachorrita sin cachorro a esta hora?- Se burló, acercándose a mí con una sonrisa sarcástica.

Nunca nos habíamos llevado bien, era una persona pedante que disfrutaba humillando a los demás. Cuando éramos chicos, Briana siempre decía que él gustaba de mí, pero yo siempre lo había encontrado detestable.

-¡Qué ternura! La cachorrita está llorando.- Se mofaba, mientras ponía sus manos en mi cara e intentaba limpiarme las lágrimas.

Su tacto me hacía sentir incómoda, y su aliento a alcohol me revolvía el estómago. Me alejé de él de un movimiento brusco, le di la espalda y empecé a caminar nuevamente, tomando mi rumbo.

Pero no me fui muy lejos. Me tomó del pelo, tirándome hacia atrás con fuerza.

-No te hagas la valiente, cachorrita.- Gruño

Luego apretó sus labios en los míos, forzando un beso. Me sentí invadida, su boca sobre la mía me hacía sentir atrapada. Podía oler el alcohol en su aliento, y su sabor amargo me hizo sentir náuseas.

Intenté soltarme, pero fue inútil, él era más alto, más fuerte, y tenía un lobo guerrero y yo no tenía nada.

Un gruñido aterrador resonó en el aire, y mi corazón se detuvo. Samuel se congeló y yo aproveché la distracción para liberarme. El sonido había sido tan intenso y tan cercano que parecía venir de todas partes a la vez. No sabía quién o qué lo había producido, pero sabía que tenía que escapar.

Corrí con todas mis fuerzas, mi corazón latiendo con intensidad... y no miré atrás.

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