Capítulo 34.

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Debilidad

Emma

La puerta de la habitación se abrió de golpe, estrellándose contra la pared con un estruendo que me hizo sobresaltar. Una figura imponente, casi de dos metros, se plantó frente a la cama, y con una voz feroz gruñó:

-Tú, niña tonta. ¿Cuántas veces más necesitas estar al borde del peligro para darte cuenta del riesgo al que te expones?-

Sus ojos azules ardían con una mezcla de furia y preocupación, y el aire se llenó de tensión mientras su presencia dominaba la habitación.

Sus duras palabras me sacaron del estado de somnolencia. Lo miré disgustada y grité -¡Vete a la mierda!-

Un gruñido de queja resonó en el aire, seguido de pasos apresurados que se acercaban desde el pasillo. Él cerró la puerta de un golpe, dejando claro que no quería interrupciones.

Irritado, comenzó a gruñir: -¿Cómo pensabas defenderte en medio de esos lobos? ¿Tirándoles piedras?- Sus ojos se fijaron en mi brazo, donde la herida aún era visible, y ladró enfurecido -¿Por qué aún no te has curado?-

La rabia en su voz era palpable, y sentí cómo su preocupación se transformaba en una tormenta de emociones. La intensidad de su mirada me atravesó.

-Porque estoy agotada e intentaba descansar hasta que interrumpiste.- Dije, dejando que el cansancio se notara en mi voz. Me volví a acostar y me envolví en la frazada, intentando crear una barrera entre él y yo, decidida a ignorar su imponente presencia.

-Iremos con los sanadores. Ahora.- Afirmó, acercándose con determinación.

-¡No!- Grité, fijando mis ojos en los suyos, desafiándolo con toda la fuerza de mi voluntad.

Me atrapó con sus brazos firmes, y aunque luché con todas mis fuerzas por liberarme, fue en vano. Comencé a golpearlo, gritando que no quería ir, pero él simplemente gruñó, desoyendo mis súplicas. En un movimiento brusco, me levantó y me colocó sobre sus hombros como si fuera un objeto que debía transportar.

Esto era demasiado.

Se dirigió a la puerta de salida, y en el pasillo, sentí el peso de las miradas cargadas de preocupación que me seguían. Él se detuvo frente a Amanda y, con una voz autoritaria, declaró: -Ella se viene conmigo.-

Amanda me miró mientras seguía golpeando y gritando a Alex para que me soltara.

-No parece que esté muy interesada en acompañarte, alfa.- Respondió Amanda, con el ceño fruncido.

Él soltó un gruñido furioso y continuó caminando. Afuera, varios miembros de la manada se esforzaban por poner el lugar en orden. Todos los ojos se posaron en nosotros, pero al sentir el aura dominante de su alfa, rápidamente agacharon la cabeza. Esa escena me llenó de una mezcla abrumadora de vergüenza e indignación. Fue como si me hubieran arrancado la lucha de las manos, dejé de resistir.

Entramos a la casa de la gran manada y nos encontramos con el Gamma Iker, quien, con evidente disgusto, dijo: -¿Qué estás haciendo alfa?-

-¡Ahora no!- Guñó Alex, su voz resonando en el aire.

-Sí, ahora sí.- Respondió el Gamma, plantándose firmemente frente a él. -Te están esperando todos en la sala de reuniones. Yo me ocuparé de ella.-

-¡No! Ella viene conmigo.- La determinación en su voz era inquebrantable.

Y así, como si fuera un maldito objeto, me arrastró con él.

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Alexander

Al llegar al centro de la manada, vi a unos lobos corriendo frenéticamente hacia Emma. Mi mente se nubló y el aire desapareció de mis pulmones mientras me lanzaba hacia el bastardo que la había lastimado.

 La Loba Rechazada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora