Capítulo 24.

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Revelación

Alexander

Como alfa de la manada, siempre había estado acostumbrado a dar órdenes. Esa era mi naturaleza; analizar, decidir y ejecutar. Pero con Emma, todo era diferente. Su mirada, su dolor y sus palabras me afectaban terriblemente. Sabía que la había herido y eso me atormentaba.

Me di cuenta de que cada palabra que pronunciará debía ser elegida con cuidado. Ambos sabíamos que intentar reprimir nuestro deseo era en vano. Aunque podía usar mi autoridad para forzarla a estar a mi lado y hacer que cumpla su destino como mi compañera y luna, no podía hacerlo, anhelaba su aceptación.

Necesitaba mostrarle cuánto deseaba tenerla a mi lado y quería que comprendiera lo difícil que es cada día sin ella. Su lugar estaba aquí, como en este momento, sentada en mis regazos.

-¡Saca tus malditos caninos! Estás apoyado como idiota dónde debería estar tu marca. ¡Hazlo ahora!- Exigió Dado.

Emma se tensó, como si hubiera escuchado a Dago.

-¡Cállate perro!- Le gruñí molesto.

Levanté la cabeza y fijé mi mirada en sus ojos, antes de que ella pudiera pronunciar una sola palabra, acaricié suavemente su rostro con mis manos, sintiendo la calidez y la suavidad de su piel entre mis dedos. El aire a nuestro alrededor se llenó de un silencio cargado de emociones, mientras su dulce aroma envolvía mis sentidos.

Bajé la vista hacia sus labios, sintiendo la atracción que me llamaba. Al acercarme, noté su respiración agitada y como su corazón latía frenéticamente. La besé suavemente y el mundo a nuestro alrededor parecía desvanecerse. Ella cerró los ojos, entregándose al instante. Sus labios eran cálidos y suaves, despertando cada fibra de mi ser y llenándome de una profunda calidez que se expandía por todo mi cuerpo.

Con un movimiento delicado, sus brazos se aferraron a mi cuello acercándose aún más, mientras el beso se intensificaba y el deseo crecía entre nosotros, desbordando cualquier barrera que pudiera existir.

-¡Marcarla ahora!- Dago me sigue exigiendo y le gruño fuerte en mi mente para que se calle.

Emma cortó el beso de manera abrupta y, al mirarla, noté que su loba estaba presente, tenía un aro violeta brillante alrededor de su iris, como en aquella ocasión en el río. Cerró los ojos por un momento y, al volver a abrirlos, habían recuperado su color original, verde.

La tomé fuerte de la cintura, deseando tenerla cerca, tan cerca como fuera posible, solo necesitaba aferrarme a ella y no soltarla jamás. Cada toque era como un hechizo, solo podía pensar en ella y en cómo este momento parecía perfecto.

-¡Eres increíble, preciosa!- Murmuré entre besos, sintiendo cómo mi corazón palpitaba más rápido.

Quería empujarla a la cama y explorar con mi boca cada centímetro de su delicado cuerpo. Necesitaba usar todas mis fuerzas para controlarme y no perderme en el deseo de marcarla. Hasta que mi mente empezó a vibrar, estropeando el momento.

Suelto un gruñido y Emma me mira a los ojos, un poco asustada, le acarició el pelo y abro el enlace.

-¿Qué pasa?- Gruño.

-Alfa nos está atacando en la frontera Norte son unos 50 pícaros más o menos.- Me informa Daniel el líder encargado de la frontera Norte.

-¡Voy para allá!-

Esto era raro. Los pícaros son solitarios y rara vez se les ve en grupo. Si lo hacen, nunca son más de cinco, ya que se matan entre ellos. No siguen órdenes ni pertenecen a ninguna manada; están fuera de sí.

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