Capítulo 32.

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Mía

Alexander

Si esto es un sueño por favor no me despierten nunca.

Desde cachorro, aprendí que un alfa no debía mostrar emociones ni albergar sentimientos que pudieran interpretarse como debilidad. Sin embargo, la sangre es espesa y tira.

Me convertí en mi padre, dejando en segundo lugar a la manada, sucumbiendo al deseo y a la necesidad de esos ojos verdes irresistiblemente magnéticos que se han clavado en mi alma, destinados a ser sólo míos.

Era natural para mí, sin hacer el mínimo esfuerzo, que muchas lobas, tanto dentro o fuera de mi manada, se ofrecieran a mí. No siempre las rechazaba. Dago y yo teníamos necesidades. Nada me ataba, y no tenía por qué ser considerado o cortés.

Sin embargo, con Emma, todo era completamente diferente. Por primera vez, tenía que cortejar a una loba y, por primera vez, sentía la urgente necesidad de corregir todos mis errores. Siempre fui de pocas palabras y mucha acción, pero esta vez debía armarme de paciencia e ir despacio y con cuidado. Desafortunadamente, la paciencia no era mi fortaleza, ni la de Dago.

Sentir la excitación de Emma y la forma en la que se entregaba a mí me volvía loco. Tenía que poseerla, marcarla.

Todo el mundo debía saber que ella era mía.

Pero no puedo. No debo. Si lo hago, la perdería otra vez. Lo sé. Ella me está brindando una oportunidad y no puedo dejar que se me escape.

Sus manos tomaron mi pelo y, suavemente, me inclinó hacia atrás. Sin quitarme los ojos de encima, comenzó a besarme con una pasión desbordante. El calor que irradiaba de su piel me envolvía.

Mi pequeña dominante necesitaba de mí, y yo le daría todo lo que ella quisiera.

Estaba a punto de comenzar a arrancarle la ropa cuando un golpe resonó en la puerta. Mi gruñido de advertencia retumbó en toda la habitación, haciendo vibrar los vidrios de la ventana.

Emma se tensó. -Ignóralo.- Dije, intentando retomar rápidamente lo que estábamos haciendo.

-La chica tiene que comer. Hace casi una semana que no ingiere nada sólido.- Gruñó el brujo detrás de la puerta.

Tomé su cabeza y la apoyé en mi cuello, cortando su campo visual.

-Entra.- Gruñí, enfadado.

El brujo entró junto con otras dos lobas omegas, que traían una fuente de comida. No solté a Emma, seguía manteniendo su rostro hundido en mi cuello.

-Tengo que revisarla.- Dijo el brujo.

Dago soltó un gruñido, y las dos omegas se apresuraron a dejar la fuente y salir rápidamente de la habitación. Emma intentaba soltarse, pero la sujeté con más fuerza.

-No hace falta, Ariel. Ella está bien. Su loba ha despertado.- Dije de manera desafiante.

En su última revisión, noté cómo miraba a mi compañera, y eso no me gustó nada. Quiero mantenerlo lejos de Emma. Tengo que ocuparme del asunto por el que vino, así se larga de una vez de mi manada.

Inclinó la cabeza y salió de la habitación.

Solté a Emma mientras decía -Lo siento, no quería...- No pude terminar la frase, atónito por lo rápido que se alejó de mí, dejando un vacío en mis brazos.

Recobró sus sentidos ¿Se quiere ir? Está claro que algo no está bien. ¿Qué hice mal?

Empezó a observar y dar vueltas por la habitación. Su ceño estaba fruncido, algo le molestaba.

 La Loba Rechazada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora