Capítulo Veintiuno.

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LUKE.

— ¿Qué quemas, cariño? — El papel ya era cenizas, ella estaba tan concentrada que no notó mi llegada. Un silencio sepulcral llenaba la habitación, creando una atmósfera extraña y pesada. Sus ojos se encontraron con los míos y su mirada se veía ligeramente vacía.

— ¿Qué tienes? — solté mi maletín y me acerqué a abrazarla por detrás, rodeando su vientre con mis brazos. Su cabeza se recostó en mi hombro y, aunque la sentía físicamente presente, había algo en su postura que me indicaba que su mente estaba en otro lugar.

— No es nada, Lukey. No me he sentido muy bien anímicamente hoy — dijo con una voz suave, sus manos frotaban mi brazo y su aroma inundaba mis sentidos. Pude sentir cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración. Era capaz de palpar con mis ojos mi suerte, en un momento tan pequeño como este. Hundí mi nariz en su cuello, dejándome embriagar por su esencia, buscando consuelo en la sensación que siempre me provocaba. Que nunca dejaría de provocarme.

— ¡Cuéntame, Rubiecita! — susurré contra su piel. Ella salió de mi abrazo y cojeando caminó hasta el asiento frente a la barra de la cocina. — ¿Por qué cojeas? — pregunté preocupado. Inmediatamente me arrodillé frente a ella y tomé su pie derecho, el que no podía apoyar. Hizo un gesto de dolor cuando tanteé la piel de su tobillo.

— Ouch — se quejó en un susurro. — Me caí intentando subirme a esta silla cuando llegué.

— Ay, amor, si quieres las cambiamos por unas más bajitas.

— Creo que no es necesario, creo que las de la nueva casa son más bajitas — me sonrió, su mirada aún cargada de una nostalgia que me preocupaba. — Pero muchas gracias por pensar siempre en todo. Siempre he amado eso de ti, Luke.

Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una ternura que me conmovió profundamente. Le devolví la sonrisa y me levanté para atrapar sus labios en un beso profundo, un intento de infundirle un poco de mi fortaleza.

— Vamos a la habitación, a darte un baño...

— ¿Apesto? — preguntó interrumpiendo mis palabras.

— Todo lo contrario, pero voy a consentirte. Es evidente tu bajo ánimo. Así que, te bañaré, pondré hielo en tu tobillo y lo vendaré, pero antes pediré algo de comer — dije con la frente pegada a la suya, respirando su mismo aire.

— Que sea pizza con piña, por favor — hice un gesto de asco, no pude evitarlo.

— Nunca te ha gustado esa cosa.

— Pero hoy deseo comer eso.

— Bueno, pues como tú digas — la tomé de la espalda y las piernas, levantándola con cuidado. — Vamos, mi amor.

Ella recostó su cabeza en mi hombro mientras la llevaba hacia la habitación. — No sé qué hice para merecerte — susurró, su voz un eco suave y vulnerable.

La deposité con cuidado en la cama, arreglando las almohadas para que estuviera cómoda. — No tienes que hacer nada, simplemente ser tú — le respondí, acariciando su rostro con la yema de mis dedos. Luego fui al baño a preparar el agua, añadiendo unas gotas de su aceite esencial favorito para relajarla.

Volví a la habitación y la ayudé a desvestirse con suavidad, sintiendo cada movimiento como un acto de devoción. La cargué nuevamente y la llevé al baño, sumergiéndola en la tina con delicadeza. Me arrodillé a su lado, tomando una esponja y comenzando a lavarla con movimientos lentos y circulares.

— ¿Quieres hablar de lo que te preocupa? — pregunté, manteniendo mi voz baja y calmada.

Ella negó con la cabeza, cerrando los ojos mientras se dejaba cuidar. — Solo necesito un poco de tiempo, Luke. Estar aquí contigo ya me ayuda.

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