Irresistible Acierto [+18]

44| Perder al alfil

Alexander

—No lo necesito.

—Señor Colbourn, debemos realizarle una resonancia magnética para descartar daños en la...

—Tú necesitas que te revisen los oídos. ¿No me escuchaste? Dije que estoy bien—espeté con hastío.

Un minuto más en esta maldita cama de hospital y yo mismo me ahorcaría con las sábanas.

—Papá, sé razonable—pidió mi hija al lado el hombre—. Deja que te practique lo que sea necesario para asegurarse de que estás bien, por favor.

Mis ojos encontraron los suyos, suplicantes y tan llenos de preocupación que me estrujaron el corazón. Casi me hizo ceder, pero tenía otros lugares más importantes en los que estar, y este puto hospital me había retenido por seis horas. Ya era suficiente, necesitaba asegurarme de que mi esposa estaba sana y salva en casa, arreglar el desastre de la empresa y proteger a mi hija de sí misma.

—Señor Colbourn, tomará solo unos minutos.

De acuerdo, había tenido suficiente.

—Doctor...—Miré el nombre en su gafete—Jones. Sé que es un hombre inteligente. Lo es, ¿cierto? O de lo contrario no ejercería esta carrera.

El hombre de cabello castaño y mediana edad levantó el mentón con orgullo.

—Por supuesto.

—Bien, entonces podrá responderme esta pregunta con facilidad. —El médico me miró suspicaz, pero se mantuvo en silencio—. ¿Dónde recibí la bala?

Haley puso los ojos en blanco, consciente de lo que estaba a punto de hacer, pero la ignoré. Jones hundió el entrecejo.

—En realidad, la bala no se incrustó en su cuerpo, solo rozó su costado y...

—Alto. —Puse una mano al frente—. ¿Qué dijiste?

—Que la bala no se...

—No, adelanta.

—Solo rozó su costado...

—¡Exacto! ¿Acaso se incrustó en mi cabeza?

El médico me miró confundido, como si hubiera dicho una locura.

—No, no se incrustó en su cabeza.

Sonreí triunfal.

—En ese caso, no es necesaria una resonancia magnética. ¿Ves? Sabía que eras un hombre inteligente, no me hagas cambiar de opinión, y haznos a ambos un favor: no me hagas perder mi tiempo, ni hagas perder el tuyo.

Su boca se tensó en una fina línea de incomodidad e indignación, pero sí fue inteligente y salió de la habitación sin decir otra palabra.

Genial, un problema menos. Ahora tendría que lidiar con otro más complejo, pero con un poco de suerte...

Retiré la estúpida sábana y me senté en la cama. Me veía ridículo con la bata de hospital. No porque mi culo estuviera al aire, o que fuera jodidamente incómoda, simplemente la odiaba. Intenté ponerme en pie, pero al parecer mi suerte se había agotado, porque mi hija puso sus manos en mis hombros e impidió mi huida.

—¿Qué diablos haces? —preguntó con dureza.

—¿Ahora mismo? Levantarme, pero no estás cooperando, cariño.

Me fulminó con esa misma mirada matadora que era la marca personal de su madre.

—No soy un médico iluso al que puedes manipular. Necesitas quedarte aquí, en observación. Recibiste un disparo.