cap. 33: la tormenta en el paraíso

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El sol apenas empezaba a iluminar la costa de Florida cuando Madison se encontraba en la cocina preparando el desayuno. Emma, su pequeña de dos años, jugaba en el salón con su peluche favorito, ajena a la tensión que había comenzado a formarse en el aire.

Ben había regresado tarde la noche anterior, exhausto después de una larga sesión de entrenamiento. Estaba preparándose para un torneo importante, y últimamente parecía que el tenis consumía todo su tiempo y energía. Madison entendía lo crucial que era el deporte para él, pero no podía evitar sentir que la distancia entre ellos comenzaba a crecer.

Mientras Madison vertía café en dos tazas, escuchó a Ben bajar las escaleras. Entró en la cocina y, sin mucho preámbulo, le dio un rápido beso en la mejilla antes de dirigirse a la nevera. Había algo en su forma de moverse, en su falta de palabras, que hizo que el corazón de Madison se encogiera.

—¿Dormiste bien? —preguntó ella, intentando sonar despreocupada.

—Sí, más o menos —respondió Ben sin mirarla, sacando una botella de agua y bebiendo un largo trago.

Madison se quedó en silencio por un momento, observándolo. La frialdad en su respuesta la incomodaba. Se acercó a la encimera donde Ben estaba apoyado, y colocó una de las tazas de café frente a él.

—Ben, ¿está todo bien? —preguntó finalmente, con un tono de voz más serio.

Ben suspiró, dejando la taza en la encimera sin haberla tocado.

—Sí, estoy bien… solo estoy cansado, Maddie. Este torneo es importante, y siento que no tengo suficiente tiempo para todo.

Madison sintió un nudo en la garganta. No era solo el cansancio, lo sabía. Era la distancia que se estaba formando entre ellos, el hecho de que Ben estaba más concentrado en su carrera que en su familia.

—Lo sé, Ben. Pero... últimamente siento que no estamos conectando. Casi no pasamos tiempo juntos, y cuando estás aquí, parece que tu mente está en otro lugar —dijo Madison, intentando mantener la calma en su voz.

Ben la miró por fin, con una mezcla de sorpresa y algo de frustración en los ojos.

—¿Y qué quieres que haga, Madison? ¿Que deje de entrenar, que abandone el torneo? —replicó con un tono que sonaba más a defensiva que a comprensión.

Madison negó con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a asomarse.

—No, Ben. No quiero que dejes de hacer lo que amas, pero también quiero sentir que nuestra relación es una prioridad para ti. No puedo hacerlo todo sola.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de emociones no dichas. Ben apartó la mirada, como si estuviera procesando lo que Madison acababa de decir. Sabía que ella tenía razón, pero estaba atrapado en su propia presión y expectativas.

Finalmente, Ben se acercó a ella, colocándole una mano en el hombro.

—Lo siento, Maddie. De verdad lo siento. No quise hacerte sentir así. Sé que he estado distante, pero no quiero que pienses que no te amo, porque te amo más que nada —dijo con sinceridad.

Madison dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo la tensión en su pecho comenzaba a aflojarse un poco.

—Yo también te amo, Ben. Solo necesitamos encontrar un equilibrio. No quiero perderte en todo esto —respondió, dejando que una lágrima rodara por su mejilla.

Ben la abrazó, sintiendo el peso de sus propias fallas y determinándose a mejorar. Sabía que debía hacer un esfuerzo para ser un mejor esposo, un mejor padre, y un mejor compañero para Madison.

—No vas a perderme, Maddie. Te prometo que voy a hacer lo posible por estar más presente. Esto es algo que vamos a superar juntos.

El abrazo entre ellos duró más de lo usual, un abrazo que buscaba sanar las pequeñas grietas que comenzaban a formarse en su relación. Sabían que no sería fácil, pero también sabían que su amor era más fuerte que cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

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