Capitulo 40: Garras Sangrientas

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El aire era helado como siempre en las zonas más altas de la montaña, donde los Dioses y el Padre De Todo susurraban en sus oídos.

La noche había devorado la tierra y solo los destellos de luz en el cielo permitían sentir su cercanía con los grandes.

Los tambores se podian oír a medida que los jóvenes se acercaron al fuego, la hoguera era enorme he iluminó a la gran multitud al borde del acantilado.

Los chamanes y druidas vestidos en tunicas corroidas por el tiempo así como la naturaleza. Se acercaron a los 30 jóvenes que se arrodillaron, el más grande de todos los sabios metió su garra derecha en el cuenco.

Sus garras se mancharon con el rojo de la sangre de sus enemigos, un explorador imperial qué se atrevio a ignorar las estatuas y cuerpos de sus semejantes colgados en el bosque.

El gran anciano dibujo un simbolo en la frente de cada hijo del clan, ya no eran jóvenes. Eran hombres, eran guerreros. La guerra y su Rey les reclamo.

- De pie.

Ordeno el gran anciano tras colocar los símbolos propicios a cada guerrero, algunos serían parte de la vanguardia. Otros arqueros y unos pocos auténticos demonios en batalla.

- El Padre De Todo nos observa y ve nuestros actos. Esta noche, mueren como jóvenes y nacen como guerreros.

La vos del viejo guerrero resono por todo el lugar y los tambores dejaron de sonar cuando alzo su mano, sus hermanos chamanes entregaron cuernos llenos a los presentes y el anciano habló apoyándose sobre su baston.

- ¡Que la sabiduría del padre los guíe! ¡Que su valor corra por sus venas y su ira les de fuerza en la batalla! ¡POR EL CLAN GARRA SANGRIENTA!

Junto a su grito la multitud se sumo al mismo tiempo que los 30 guerreros bebieron la hidromiel y gritaron alzando sus garras al cielo.

- ¡Ooooooooooooohhh!

A la mañana siguiente. La niebla era molesta, el aroma a humedad, madera y podredumbre abundaba. El pantano estaba cerca y aun que su edor era fuerte, le superaba la absurda cantidad de tropas caidas.

Los hombres se forma silenciosa se adentraban en la luz del dia, esta bella mañana fue superada por el deseo de sus dioses. Las espadas, hachas, lanzas y demas armas estaban listas. Los hombres que las empuñaban igual y sus armaduras no eran menos.

Cubiertos de pieza a cabeza por hierro reforzado por encantamientos, los 500 guerreros a la cabeza representaban una fuerza de combate aterradora.

Dirigidos por la mujer a la cabeza, los caballeros guardaban silencio mientras acortaban la distancia con la montaña.

- Cuidado...No son idiotas...Suelen ser astutos...No bajen la guardia o les van a arrancar la cabeza.

Susurro uno de los hombres que sujetaba un hacha y con esta removio de su campo de visión una rama.

Ante las cabañas que alguna ves fueron un asentamiento imperial, la ira surtió efecto en algunos mientras su lider hablo.

- El general dio una orden y debemos cumplirla. Si huyen será un acto de traición.

La mujer de cabellos dorados bajo el yelmo y ojos púrpuras miro la casa comunal.

Habian llegado al centro de la aldea abandonada, a su derecha estaba el camino a la montaña y por donde mas tiempo ahorrarían.

A medida que pasaban por las casas abandonadas de este asentamiento salvaje, vieron huesos atados a hilos en muchos postes en el camino.

Estanterias llenas de alimentos podridos y muebles por todos lados, corroidos por polvo, inclemencias del tiempo y la naturaleza.

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