CAPÍTULO 23

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Cuando estoy tocando con los nudillos la puerta ya me estoy arrepintiendo. Otra opción podría haber sido mandar un mensaje a Marta. Ella es más comprensiva.

Mi estrategia es clara: si no quiero que se ría, lo mejor es planteárselo de una sola forma. Lo tengo muy claro en mi mente. Allá voy. Vuelvo a tocar.

—¿Qué quieres, hermanito? —oigo que dice justo detrás de mi espalda tocándome con su dedito índice. Menudo susto me ha dado. Hostia puta. Otro susto así y no lo cuento. ¡Qué sigilosa es la tía!—. Estaba en el baño. Necesitaba un poco de privacidad. ¿Qué es tan urgente? —pregunta mientras abre la puerta.

—Resulta que tengo una pregunta. Has preparado una sorpresa tan fantástica que lo que más me apetece es que salga bien.

—Yo también. ¿Qué quieres?

¡Bien! El plan funciona. Era muy sencillo: alabar su idea y trabajo. Hacer que se sienta más protagonista que la misma estrella del cumpleaños. ¡Así se hace! Ella no lo sabe, pero esto es Naira 1—Mateo 2.

—Me he dado cuenta de que está la comida en la piscina, ¿no? —Ella asiente y yo prosigo—: Pero, antes tenemos que ir a Lobete a las once y media para algo de un billete de avión a Sídney, ¿verdad?

—Correcto. ¿A dónde quieres llegar? Tengo un poco de prisa.

—La pregunta es muy obvia: ¿qué me pongo? Quiero estar a la altura de lo que has preparado.

Vuelve a hincharse como un pavo. Si es que tiene un ego que no cabe por la puerta.

—Has hecho muy bien en preguntarme. Lo último que me gustaría es que desentonaras con la sorpresa. Tienes que llevar ropa de sport. Si para ir a la piscina pensabas llevar el bañador puesto, pues no. Pero si vas a ponerte una pantaloneta, un pantalón corto que llegue hasta la rodilla, pues entonces sí.

Escucho muy atento lo que me dice. Y lo tengo muy claro. Se parece mucho a mi idea del principio, pero necesitaba confirmar.

—Definitivamente, la segunda opción. —Veo que ella asiente.

—La más acertada. Y date vida o no vamos a llegar.

—Eso nunca, hermanita.

Abro la puerta y salgo con una sensación de triunfo brutal. Acabo de ganar una batalla a mi hermana y ella no se ha dado ni cuenta. Mateo, sigues onfire.

A los diez minutos ya estoy preparado. Dejo la mochila en la cama para la piscina y le digo a Nai que ya es la hora de irnos. Desde la cocina sale un olor que te mueres. Esto marcha.

—Vamos, hermanito—oigo desde la puerta—. Que al final vamos a llegar tarde.

—¿Tienes todo? —me pregunta cuando llego a la puerta.

—Sí. Por cierto, recuérdame que hay que comprar el pan antes de ir a la piscina.

—Que sí, pesado —me dice poniéndome los ojos en blanco. ¡Qué paciencia!

Cuando estamos andando, me suena el móvil y veo que es mi abuela de Lanzarote. Me detengo porque quiero escuchar bien la canción que me canta. Para mí es como una tradición. No es el cumpleaños feliz. Es aún más bonita y especial con la voz de mi abuela.

Naira mira el reloj y vuelve a poner los ojos en blanco. Me hace un gesto como queriendo decir que continúe andando. Yo le hago otro diciendo que me deje en paz. Solo quiero escuchar a mi abuela. ¿Es que no lo entiende?

Tras unos minutos cuelgo y veo que mi hermana tiene cara de pocos amigos.

—Mat, vamos a llegar tarde.

—Chica, es mi cumpleaños. Era la abuela. Estaba cantando su canción. ¿Qué querías que hiciera? ¿La cuelgo? La próxima vez lo hago y se lo explicas tú a papá, no te jode.

—Vale, lo siento. Ya he pillado la idea. Pero...

No puede continuar. Me vuelve a sonar el móvil.

—¿Qué pasa, primo?

Cuando Naira ve que me detengo para oírlo bien, se pone las manos en la cara mientras menea la cabeza. Miro el reloj y vuelvo a caminar. Al final vamos a llegar tarde.

Llegamos a y treinta y cinco. Están casi todos. Falta Patty. ¡Qué raro!

Antes de que puedan decir nada, Naira se adelanta.

—Llegamos tarde por culpa de este. Se enrolla como las persianas.

—Nai, tía, que es mi cumpleaños.

Julián se pone en medio.

—Chicos, no empecéis. Vamos bien de tiempo. Por cierto, felicidades otra vez. Esto es un cumpleaños en toda regla. Dos días de celebración. No te mereces menos, bro.

—Gracias, Julián.

Miro a Marta, me aproximo y le doy un beso.

—¿Nos vamos? —sugiere mi mejor amigo.

—Pero si falta Patty—digo yo.

—No va a venir —contesta mi hermana rápidamente. Como si estuviera esperando el comentario—. Ha dicho que le ha surgido algo. Nos veremos en la piscina.

¡Qué raro! Patty siempre está conmigo. Espero que no sea grave.

—Bien —dice Marta sacando un pañuelo—. Ahora te voy a poner esto para que no veas a donde vamos. Tendrás que confiar en nosotros.

«En ti y en tu sonrisa, sí. En mi hermana, no sé no sé», pienso, pero decido no decirlo. No quiero cagarla.

—¡Qué miedo me dais! —digo mientras me pone Marta el pañuelo y me quedo a oscuras. Una vez puesto, me da la mano. Eso me gusta. Siento un cosquilleo por todo el cuerpo. Empezamos a andar.

La sensación es muy rara. Al no ver, pienso que puedo tropezarme y caerme en cualquier momento. Sé que Marta me agarra la mano fuerte, pero siento inestabilidad y una total desorientación.

Andamos un rato, que para mí se hacen millones y millones de kilómetros porque he perdido cualquier atisbo de referencia. Mi único apoyo es Marta. Oigo muchas voces, pero, todo es una locura en mi cerebro. Estoy muy agobiado.

Paramos. Marta me suelta la mano. Siento que se pone detrás y me toca el pañuelo. O al menos eso creo.

—¿Listo, bro? —pregunta Julián.

—¿Sí? —contesto no muy seguro. Lo único que quiero, realmente, es que me quiten el pañuelo y volver a ver.

Libre de él, no me puedo creer dónde estoy.

—¿En serio, tíos?

Más allá del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora